La historia muestra incontables episodios en los cuales el odio social ha sido dirigido deliberadamente hacia las mujeres, a quienes se ha culpado de una amplia gama de desórdenes de todo tipo, desde los más triviales hasta los más trascendentes, haciéndoles pagar un alto costo por su osadía, buscando dejar con esos castigos evidencia de lo que les podría suceder a otras que pretendan violar las reglas y romper los cánones.

 

Uno de los más emblemáticos episodios es el sucedido en Massashusetts a finales de 1600, cuando ante las luchas de las familias coloniales contra los grupos puritanos se emprendió una paranoica persecución en contra de las mujeres a quienes acusaron de brujería y herejía, condenándolas en juicios públicos que llevaron a 19 de ellas a la hoguera y a varios centenares más al encarcelamiento.

 

¿Las quemaron vivas por ser brujas? No. Las quemaron vivas por ser mujeres.

 

Aquella disputa entre familias donde los Putnam se enfrentaron a los Porter en una clara confrontación entre grupos recién llegados de Inglaterra a Estados Unidos, dio origen a estos acontecimientos sucedidos en los inicios del Renacimiento y que forman parte incluso de la cultura popular porque han sido libretos de series y caricaturas, saca a la luz la intensión manifiesta por señalar a las mujeres como causantes de un mal que agobiaba a la población, lo que se convierte en la causal de la pena que les es impuesta y que de fondo lo que se busca con ello es “destruir el poder social de la mujer y desvalorizarlas como sujetos” tal como dice Silvia Federici en Calibán y la bruja (2004).

 

Pero aquellos acontecimientos no son hechos aislados. Ya antes, durante el esplendor medieval de la Inquisición, el Tribunal del Santo Oficio aplicó torturas severas a las mujeres, consideradas – como sabemos – desde inicios de la era cristiana como vehículos del pecado, cuyo cuerpo se constituye en el arma que seduce a Adán para convencerlo de pecar. En los registros que quedan de la sistematización de la tortura mediante una gran gama de instrumentos diseñados para imprimir castigos singulares, hay varios de ellos específicos para someter a las mujeres, además de las miles de muertes en la hoguera a que el Tribunal las condenó en Europa.

 

Así que condenar a las mujeres reprimiendo de manera especial su cuerpo para imprimirles castigos singulares que las inhiban de seguir rebelándose al poder impuesto no es en definitiva, nada nuevo. Si al leer esto a usted le parece encontrar aspectos de aquellas persecuciones en los hechos que ocurren aquí y ahora, está totalmente en lo cierto.

 

Lo que estamos viviendo es la más clara recurrencia de los mil y un intentos del patriarcado, que se aferra a su poder a toda costa y se niega a ceder ni un ápice ante estas irreverentes, revoltosas, escandalosas y poco conformes mujeres, que encima de todo, protestan destruyendo lo que encuentran a su paso.

 

Rabia se llama.

 

Esa que hemos contenido a lo largo de siglos de opresión, represión y castigo por exigir nuestros derechos. ¡Vaya! Nada extraordinario. Lo mismo que a los hombres: que podamos acceder a empleos en todos los ámbitos de la vida pública, que nos sean reconocidas nuestras capacidades, que se nos pague un salario igual, que se distribuyan las tareas de cuidado en forma equitativa, que no se nos violente, que no se nos acose, que no se nos mate y algo tan simple como que podamos decidir sobre nuestro cuerpo.

 

Lo increíble de todo es que más de 400 años después de Salem, nuevamente el puritanismo de unos grupos que tienen acceso al poder, sea el que nos condene a la hoguera y tenga hoy en México pariendo bebés a niñas de 10 años que fueron violadas por sus familiares, quienes en lugar de protegerlas, las vulneran y mientras que para ellos hay toda la complicidad del Estado, para nosotras hay la obligación a llevar a término ese embarazo que generará alteraciones incontables en la salud presente y futura de la niña-madre y de las criaturas.

 

Esa es la osadía que llevó hoy a la mujeres a de nuevo salir y tomar las calles luego de meses confinadas por la pandemia. Es curioso: al gobierno le vino “como anillo al dedo” la cuarentena porque gracias a ella logró escabuirse de la caída en picada en las preferencias ciudadanas por la confrontación que le hizo el movimiento feminista en marzo ante su absoluta falta de cumplimiento en el desempeño público y aunque ni por un momento el feminismo ha dejado de estar activo y de ser confrontativo ante los constantes yerros, hoy que de nuevo sale a las calles a exigir lo que por justicia nos corresponde, se intenta reprimir las manifestaciones con toda la fuerza de los cuerpos de seguridad que sí están ausentes de sus tareas encomendadas, como las cifras de inseguridad revelan.

 

Y es que del tamaño de la presencia policiaca para contener las marchas de la gran Marea Verde por el 28S en cada rincón del país, es el miedo del Estado a que las mujeres exijamos nuestros derechos.

 

@MonicaMendozaM

 

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