Por Verónica Torres Tinajero.

Quisé ser mamá y entonces  pensé que todo sería sencillo –dice Elsa, una amiga a quien la vida no bendijo con un vientre que albergara un hijo, pero sí la dotó con un corazón inmenso de mamá.

Dejé de cuidarme y casi como por arte de magia pensé que el milagro se haría presente, pero no fue así, me comenta Elsa.

Y cuando todo parecía una historia con un final no tan feliz, entre médicos, estudios, cirugías, jeringas y demás procedimientos inútiles, se abrió la posibilidad, la oportunidad de que fuéramos padres. “Lo intentamos todo, desde inseminaciones, fertilización in vitro… y simplemente no se dio. Tras mucho dolor y sentimiento de fracaso, renuencia y resignación de no poder engendrar un hijo propio, tomamos la decisión de adoptar un bebé”.

Nuestras manos se unieron y tras largas charlas lo decidimos, me dice Elsa. Adoptaríamos. No fue fácil. La simple idea nos llenaba de miedos, dudas y sentimientos encontrados.

Hoy sé que ser madre no es sólo parir un hijo sino cuidarlo en lo físico, en lo mental y sobre todo, en lo emocional. Ser mamá implica entrega, compromiso, cuidados y el amor que sientes por tu hijo, ya sea biológico o adoptivo.

De acuerdo con estadísticas del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia, cada año se reciben en esa institución 50 solicitudes de adopción, de las cuales 10% culminan con un desarrollo favorable. De hecho, según el INEGI y datos de 2010, en la República Mexicana existen 30 mil niños que viven en albergues, casas hogar y orfanatos públicos o privados.

Un niño necesita una familia. Una familia quiere un hijo. La adopción es un encuentro entre uno y otro. Así de simple. Amor para crecer y desarrollarse. Un niño adoptado crece en el corazón de su mamá, en vez de crecer en su vientre.

En la maternidad por adopción hay algo más allá, una verdad que confirma la creación de un vínculo de amor, convivencia y cariño. Elsa me lo confirma: “sin conocerlo, sin haberlo visto, me entregaron al niño y en ese instante lo descubrí como mío, como parte de mi corazón”.

Ser mamá por adopción es adquirir un compromiso de amor. Hoy Max es el niño más afortunado del mundo: tras dejar el orfanato, sus padres adoptivos lo colmaron de amor y cariño, pero sobre todo de una familia que no tenía. Ser mamá, biológica o adoptiva es siempre un gran reto, dice Elsa.

Si piensan adoptar, dice mi amiga, escuchen su intuición, pero sobre todo su corazón y no se dejen influenciar por miedos, ya que éstos son barreras que te impiden llevar a cabo tu anhelos, tus sueños. Hablen como pareja, decidan juntos, pero sobre todo, estén seguros de que así lo desean. La llegada de un hijo trae consigo cambios en la familia, en los intereses y en la economía, asuman esos cambios si están dispuestos a ser papás.

La única diferencia entre un hijo biológico y un adoptivo es que al primero lo esperas con todo tu amor, al hijo adoptivo lo buscas con todo el amor. Después de esa diferencia, en realidad ya no existe ninguna: amas a un hijo adoptivo tanto como uno biológico.

Que valga mi reconocimiento y aplauso a todas aquellas mujeres que aman a sus hijos –biológicos o adoptivos – y les dedican ese espacio y tiempo de convivencia necesario para su crecimiento y desarrollo personal, porque somos quienes formamos al adulto del mañana en esa noble labor de maternidad.

https://mamasde2piezas.wordpress.com/2014/12/08/mama-por-adopcion/

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