por Verónica Torres Tinajero

Oficialmente van a ser dos años de nuestro encierro. Jamás hubiera pensado que duraría tanto tiempo ni que seríamos capaces de pasar por tanto. Nuestra rutina se transformó por completo y dejamos de hacer cosas que en verdad disfrutamos, como el voleibol y comer juntas las dos antes del entrenamiento. Eso era solo el comienzo. Escuchamos sobre algunas pérdidas en las noticias, fallecimientos que se antojaban lejanos y distantes. Después de algunos meses comenzó el uso reglamentario del cubrebocas y ocultamos nuestra sonrisa, pero ahí seguía, con la esperanza de descubrirla un tiempo breve después.

 

Las clases en línea, desordenadas tanto como nuestras propias vidas que poco a poco se adaptaban e iban tomando un nuevo rumbo. Entonces comenzamos todos en forma a trabajar desde casa, los tres desorientados, con incertidumbre y ya algunas noticias de fallecimientos del primo de un amigo.

 

Terminó el ciclo escolar y la luz aún no se veía, la cosa estaba peor y aprendimos entonces el arte de las videollamadas, las que nos sostuvieron  en nuestro contacto con los amigos, con esos que jamás se distanciaron. Los viernes eran viernes porque ahí estaban ellos en casa, con su botana y nosotros en la nuestra, mirándonos a través de la pantalla. Otros amigos simplemente se alejaron, desaparecieron o se mantuvieron solo por el contacto en whatsapp o Facebook.

 

De pronto, las redes sociales comenzaron a ser nuestro único contacto, ya sea si de hacer ejercicio se trataba o felicitar a alguien en su cumpleaños. Nos adaptamos. Sí, nos hizo falta -aún nos hace falta – el contacto físico con los que amamos. Las visitas a los abuelos y tíos se hicieron cada vez más espaciadas y cuando los veíamos, siempre con mascarilla y distancia, la sana distancia que tanto hemos practicado y que al mismo tiempo nos ha salvado.

 

Pasamos el 10 de mayo, luego mi cumpleaños, sus cumpleaños y tuvimos que ser creativos, sobre todo en el de ella, en el que un arreglo floral, uno oso, un arreglo de globos y más sorpresas la animaron.

 

Tuvimos una pérdida muy cercana y lloramos juntos. Todavía recuerdo el abrazo que los tres nos dimos en un intento por paliar ese sentimiento tan fuerte y tan intenso. Su despedida fue también, a través de la pantalla, no hubo abrazos ni duelos reales, todo virtual. Hasta pronto querido amigo.

 

Y llegó así diciembre, una Navidad y Año Nuevo atípico en el que los tres gozamos preparando una receta y mirando a través de una pantalla cómo el mundo la pasaba. Hubo fotos de familias numerosas que luego resultaron positivas y los casos de covid se acercaban.

 

Las vacunas llegaban como esperanza para el fin. Primero nuestros padres, quienes caminaron de nuestra mano rumbo a la luz que finalmente se percibía luego de un año de pandemia en el que habían estado confinados a un aislamiento emocional. Seguimos nota a nota el anuncio de investigaciones y avances, mirábamos las noticias para esperar, por fin el aviso oficial de una vacuna que previniera el padecimiento mundial por el Covid.

 

Con nuestros padres nos convertimos en padres también: no salgas, ponte bien el cubrebocas, cuídate y aprendieron. Y en medio de las vacunas hallamos algo de tranquilidad con la sonrisa airosa de nuestros padres, población vulnerable y protegida. Sin duda fue un suspiro su segunda dosis y un par de pasos de avance. El sol salió cuando anunciaron los siguientes rangos de edades y los siguientes hasta que nos tocó a nosotros. No puedo expresar a ciencia cierta lo que sentí cuando la vacuna, resultado de la investigación de una científica inglesa, llegó a mi organismo, al de mi esposo y al de mis amigos. Incluso tuvimos la oportunidad increíble de poder vacunar por amparo a mi hija. Todo parecía recobrar su orden preestablecido; veíamos esa esperanza fortalecida.

 

Ha sido un tiempo duro, difícil, pero al mismo tiempo lleno de tanto. Luego tuvimos pérdidas cercanas por COVID, pero también aquellas pérdidas naturales de quienes no pudieron esperar a que todo esto acabara y partieron sin decir adiós. Abrazos con cubrebocas y sanitizados, abrazos de cada uno volteando a un lado. Abrazos que aún con distancia nos sabían a miel. Nos hermanamos aún más.

 

Llegó nuevamente diciembre y con ello sus cumpleaños. Quince años que se festejaron en pequeñito, pero con el corazón grande y la promesa de poder ver a los amigos de nuevo, sonreír.

 

Diciembre, un mes cálido y lleno de celebraciones que contrastó por segunda ocasión con la injusticia de la sana distancia en estas. Esta vez decidimos reuniones pequeñas de familias nucleares con cubrebocas, sí, y sana distancia también, pero risas y charlas cara a cara acompañadas de visos de esperanza.

 

Y en medio de la primera dosis, hubo quien enfermó y contra todo pronóstico, agravó al punto de que nuestro corazón pendía de un hilo. Nunca como esos días experimenté el poder de la oración conjunta, de la intención acomodada en una vela, en una mirada, en un suspiro que diera a nuestra querida amiga la recuperación necesaria. Los días pasaron tan lento como si estuvieran en pausa y tan rápido como si la pausa no marchara adecuadamente. Su recuperación ha sido bálsamo para nosotros que nos sentimos bendecidos con su cariño. Te queremos amiga.

 

Sí, ha habido ansiedad -más de la común- y estrés, así como algunas noches de insomnio y desesperanza, pero también ha habido más paisajes verdes, tolerancia, amor y disfrute de la naturaleza. Hemos aprendido tanto, sí, pero estamos ciertos de queremos que esto ya acabe y, sí, también estamos hartos. Somos resilientes, sí, nos hemos adaptado, pero también hemos llorado e incluso a veces hasta gritado; afortunadamente estamos juntos. Las videollamadas quedaron en el olvido porque nos hastiamos de ver el mundo a través de la computadora, nuestro corazón nos pedía encuentros reales pero la mente nos indicaba que aún no era el momento. Las clases en línea con las cámaras apagadas han sido patente de nuestro hartazgo y ni qué decir de el día en el que se vislumbró -por fin- la remota posibilidad de asistir a clases.

 

El regreso a clases híbridas nos otorgó otra vez rutina, una distinta, pero bajo el cubrebocas pude ver su sonrisa de oreja a oreja cuando la recogí. Comenzamos a encontrar normalidad en donde no la había.

 

Y cuando pensábamos que todo terminaba, una nueva ola nos llevó -otra vez – a las dichosas clases en línea que tanto odiamos y a dejar de ver a nuestros seres queridos. Omicrón parecía una cuestión más simple pero contagiosa y al final no resultó tan sencilla. Los mensajes de aliento a diario a quienes enfermaron no se dejaron esperar ni las oraciones y consolamos a quienes estuvieron tristes porque tuvieron pérdidas. Quizá un destello hoy nos avisa que la esperanza debe mantenerse firme. Ya no queremos más olas ni más variantes. Ya no más.  Salimos a caminar con cuidado, atentos a los detalles y miramos al cielo disfrutando el amanecer y el atardecer tanto como nuestro jardín al pie de la ventana. Estamos hartos, sí, valoramos estar juntos y sanos, llenos de esperanza, pero ya aprendimos. Tras diversos escarmientos, el mundo aprendió el valor real de las cosas. Aprendimos lo esencial del contacto físico, lo importante de hermanarnos y no pelear, lo importante de cruzar fronteras para ayudarnos entre individuos y naciones. Aprendimos porque todos sufrimos alguna pérdida y hoy, lastimados como estamos, damos más valor a lo que realmente vale la pena... 

 

Un momento: ¿aprendimos? ¿Será? Hoy las noticias me impactan: Rusia declara la guerra a Ucrania. Se habla de enemistad, de muertes y de conflicto y explosiones. ¿Será que sí aprendimos?

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