El liderazgo del "yo". Anatomía del narcisismo político.

El 1º de junio se conmemora el Día Internacional de la Concientización del Abuso Narcisista. No es una fecha cualquiera. Es una oportunidad urgente para nombrar una forma de violencia que sigue silenciada en lo íntimo, mal comprendida en lo clínico y peligrosamente celebrada en lo político y lo social.

El narcisismo no es sólo una patología individual. Es una dinámica estructural que afecta relaciones, familias, instituciones, escuelas, partidos, empresas y gobiernos. Y mientras no lo veamos con esa complejidad, seguiremos alimentando entornos donde el abuso se normaliza y la empatía desaparece día con día. Se está convirtiendo en un componente central de nuestra cultura y sociedad.

Se calcula que entre el 6 y el 15 % de la población mundial presenta rasgos narcisistas y las y los especialistas coinciden en que muchos no serán diagnosticados jamás. ¿Por qué? Porque creen que no tienen nada que cambiar, son “perfectos”. De hecho, el daño que causan suele detectarse a través de los síntomas que presentan sus víctimas: ansiedad, desregulación emocional, aislamiento, confusión, ataques de pánico, insomnio y pérdida del sentido de vida.

Iñaki Piñuel, especialista español en psicopatía narcisista, los llama psicópatas integrados: personas perfectamente adaptadas al entorno social, que incluso gozan de éxito, prestigio y seguidores. En otras palabras, pueden ser tu jefe, tu pareja, tu presidente, tu colega, tu padre, tu hijo, hermano, vecino….

Y es que la mayoría de los psicópatas no están en hospitales psiquiátricos ni en la cárcel; están en el poder, en el mercado laboral, en redes sociales, en la familia, en la escuela, en nuestros espacios más cotidianos. Los Hannibal Lecter del mundo son una minoría.

Uno de los grandes desafíos es cuando el liderazgo se convierte en culto. Los narcisistas o psicópatas integrados son carismáticos, encantadores, seguros de sí mismos frente al exterior  y, muchas veces, extraordinarios comunicadores y vendedores. En política esto se traduce en líderes que arrastran multitudes, que polarizan, que exigen lealtad absoluta y que, cuando pueden, destruyen a quien los contradice.

Algunos ejemplos contemporáneos:

  • Donald Trump, cuyo narcisismo clínico ha sido tema de múltiples estudios. La American Psychiatric Association se negó a diagnosticarlo públicamente, pero más de 27 expertos firmaron un libro titulado The Dangerous Case of Donald Trump, donde advierten que su conducta narcisista extrema representa una amenaza para la democracia y más de 200 expertos en salud mental señalaron públicamente que tiene rasgos de narcisismo maligno.
  • Nayib Bukele, presidente de El Salvador, quien se autodefine como “el dictador más cool del mundo mundial” y gobierna bajo una narrativa de redención autoritaria, eliminando contrapesos institucionales.
  • Elon Musk, empresario admirado por su visión tecnológica, pero señalado por fomentar un ambiente laboral tóxico en sus empresas y por la forma en que personaliza sus decisiones corporativas en función de su ego e impulsividad. Expertos señalan el uso que hace de la técnica “Darvo”, característica del abuso narcisista para actuar y su proceder en la encomienda gubernamental en DOGE que tuvo bajo Trump los últimos meses, es una muestra de ello.
  • Andrés Manuel López Obrador, cuyo liderazgo ha generado un sistema de lealtades personales, discursos binarios tales como “El pueblo bueno” vs. “Los conservadores malos” y su permanente discurso centrado en echar la culpa de todo lo que sucede a sus adversarios y la construcción de una cultura política centrada en su figura mesiánica.

Este fenómeno no es nuevo. En la historia reciente encontramos ejemplos igual de extremos y peligrosos para quienes les siguen:

¿Qué patrón tienen en común estos personajes? La construcción de una realidad única que gira en torno a su ego y características “mesiánicas y divinas”. Negación del disenso. Idealización absoluta de su persona. Control emocional e incondicionalidad de sus seguidores y círculo cercano así como aislamiento de los mismos. En muchos de los casos, esto termina en destrucción.  Estos hombres tienen el poder de decidir sobre la vida y la muerte de quienes están cerca de ellos.

Las instituciones pagan un costo cuando son dirigidas por este tipo de líderes: equipos fragmentados, entornos de trabajo basados en el miedo, ausencia de rendición de cuentas por parte de estos liderazgos y decisiones tomadas no por estrategia, sino por necesidad de autoafirmación. En muchos casos dan excelentes resultados de negocio y por ello su manera de proceder es aceptada. Las víctimas con revictimizadas porque “no aguantan la presión” y no tienen “ética de trabajo”. Quienes soportan el sarcasmo, abuso y violencia disfrazada de liderazgo y asertividad pagan la sobrevivencia con problemas de salud física y mental.

En México y América Latina hemos visto cómo partidos enteros giran en torno a un líder incuestionable. No hay deliberación, sólo adhesión. No hay proyecto colectivo, solo voluntad unipersonal. No hay toma de decisiones compartida, hay seguimiento incuestionable e imposición de una voluntad, normalmente, a nombre del pueblo. Es decir, “el líder” habla por el pueblo bueno y su voluntad es la de él.

El narcisismo organizacional también se manifiesta en empresas donde el “fundador visionario” es incuestionable o en ONG donde el ego del director importa más que la causa para la que dicen trabajar. Existen también los “narcisistas espirituales”, quienes a nombre de la trascendencia y conexión con el alma, manipulan y se erigen como superiores a sus alumnos y seguidores. Keith Raniere y el grupo de “desarrollo personal” Nxivm son un ejemplo de ello.

Lo más preocupante es que el narcisismo no sólo llega al poder: lo estamos fabricando socialmente. Vivimos en una cultura que los está creando diariamente y que normaliza su proceder.

Vivimos en una época que premia la imagen por encima del contenido. La selfie por encima del diálogo. El algoritmo por encima del afecto y la empatía. Y todo esto genera un terreno fértil para líderes y dinámicas narcisistas.

Hoy no sólo toleramos el narcisismo. Lo premiamos. Lo seguimos. Lo aplaudimos. Le damos likes y hasta votamos por él.

Visto desde otro ángulo, el abuso narcisista no es simplemente un asunto psicológico. Es un fenómeno político, cultural y estructural. Y como tal, requiere herramientas más allá de la denuncia.

Hoy más que nunca, la psicoeducación debe formar parte del análisis político.

Necesitamos enseñar -en escuelas, medios, empresas y gobiernos- a reconocer los signos del abuso narcisista. A poner límites. A construir culturas emocionales sanas. A cuestionar liderazgos autoritarios y abusivos aunque sean carismáticos.

Nombrar este tipo de violencia es el primer paso.

Comprenderla es el segundo.

Y construir entornos que no la perpetúen, es el verdadero reto que tenemos como sociedad.

Publicado originalmente en Animal Político el 3de de junio del 2025. 

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Comentario de Claudia Calvin Venero Hace 8 horas

Betty, gracias por tu comentario. Hablar de este tema ha resultado complicado porque a pesar de lo cercano que es en nuestra sociedad, no se reconoce como tal y existe un gran analfabetismo sobre esta realidad. Se sigue culpando a las víctimas de lo que viven y a estas personas les dan premios por ser tan exitosos y dar buenos resultados. Pocas personas reconocen la cantidad de lesionados y dolor que dejan en su camino: sean pareja, padres, hijos, colegas, hermanos, compañeros de trabajo, etcétera. 

Si, Sigamos construyendo redes con conciencia. Me gusta tu llamado. 

Abrazo, 

Claudia 

Comentario de Betty Palmeros Hace 9 horas

Gracias, Claudia, por darle voz a un fenómeno que muchos vivimos en silencio, especialmente en entornos institucionales.
Leer esto me remueve tanto desde lo profesional como desde lo humano.

Porque sí, el narcisismo político no solo afecta democracias… también desgasta equipos, proyectos y a las personas que trabajan con ética y convicción.

Me uno a tu llamado urgente:
no se trata solo de identificar al líder carismático, sino de entender las estructuras que lo alimentan.

Gracias por ponerle nombre a lo que muchas veces sentimos como confusión, desgaste o incluso culpa.

💛 Seguimos construyendo redes con conciencia.

— Betty Palmeros

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