Últimamente, parece que la inteligencia artificial está en todas partes. En el móvil, en el trabajo, en las redes, en los buscadores.
Muchas personas la ven como algo casi mágico: “la máquina no se equivoca”, “es objetiva”, “si lo dice la IA, será verdad”.
Pero no.
La inteligencia artificial no es neutral.
No es inocente.
Y, sobre todo, no está por encima de los valores humanos.
Las inteligencias artificiales aprenden de los datos que les damos. Y esos datos, claro, vienen de nosotras, de nuestra sociedad, de nuestra historia.
Si los algoritmos se entrenan con información mayoritariamente masculina, tenderán a fallar más en diagnósticos de salud femenina.
Si se alimentan con rostros claros, tendrán más dificultades para reconocer pieles oscuras.
Si solo escuchan un tipo de acento o una manera de hablar “correcta”, dejarán fuera muchas otras voces.
La IA no discrimina “a propósito”, pero replica los sesgos del mundo que la crea.
Y eso significa que, si no hacemos nada, seguirá reforzando las mismas desigualdades que ya conocemos.
Hasta hace poco, pensábamos que los mayores riesgos de la IA venían de los datos.
Pero ahora hay otro peligro más silencioso: los intereses económicos.
Cada vez más plataformas incluyen anuncios, respuestas patrocinadas o recomendaciones pagadas dentro de los resultados.
En teoría, no cambian lo que la IA “piensa”. En la práctica, basta con priorizar unas fuentes sobre otras para inclinar el mensaje.
Así, una herramienta que parecía objetiva puede terminar sirviendo a quien paga más.
Y eso debería preocuparnos.
Hackear no es romper.
Hackear es entender cómo funciona algo para usarlo de forma más consciente.
Y eso, sí, también podemos hacerlo las mujeres, aunque no seamos programadoras ni expertas en tecnología.
Cada vez que preguntamos algo a una IA, cada texto que aceptamos o corregimos, cada clic que damos, estamos entrenando el sistema.
Nuestra forma de usarla influye en cómo aprende.
Por eso, hackear la IA es rebelarse desde el conocimiento.
Es usar la tecnología sin convertirnos en usuarias pasivas.
Es recordar que cada pregunta, cada decisión, cada palabra que elegimos… también reprograma el sistema.
A veces creemos que este tema nos queda lejos, que es cosa de ingenieras o de grandes empresas.
Pero no.
El futuro de la inteligencia artificial también depende de quienes la usamos.
Podemos:
Usar la IA de manera crítica, consciente y creativa ya es una forma de hackeo.
No se trata de temerle a la tecnología, sino de aprender a mirarla con ojos despiertos.
Porque si la IA refleja el mundo que la entrena, también puede reflejar el cambio que queremos ver.
Hackear la inteligencia artificial es una forma de rebeldía lúcida.
De esas que no hacen ruido, pero transforman.
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