El 19 de febrero de 1600, Giordano Bruno fue quemado en la hoguera, con la lengua amordazada, por tener la audaz idea de pensar y decir que el universo era infinito y poblado de mundos infinitos. La Santa Inquisición lo declaró hereje, impenitente, pertinaz y obstinado.
Casi medio siglo después, en Inglaterra, el Parlamento aprobó en 1643 la Licensing Order, que requería licencias previas para todo impresor y el registro oficial de obras autorizadas, sancionando a quien publicara sin permiso. No hubo hogueras físicas esta vez, sino que la amenaza de cárcel o confiscación cumplía el mismo propósito: imponer silencio desde el poder.
Unos siglos más tarde, en pleno 2025 en Hermosillo, Sonora (México), Karla Estrella, una ciudadana y ama de casa, fue sancionada por el Tribunal Electoral “por ejercer violencia política de género contra una candidata a diputada local” del PT, aliado al partido en el poder, Morena, tras publicar un comentario crítico en la red social ‘X’. Su sanción consistió, además de pagar la multa, en publicar disculpas diariamente durante 30 días y tomar cursos.
La tecnología de la censura ha existido desde que el ser humano se ha organizado para vivir en sociedad.
Desde mediados del siglo XIX, pasando por el XX y hasta el nuestro, la censura ha evolucionado por distintas vías y con el uso de distintos instrumentos afectando tanto a la prensa como al teatro y el incipiente cine. Gobiernos autoritarios en América Latina imponían leyes de imprenta y clausuraban medios críticos. El cine fue moldeado por el Código Hays (Motion Picture Production Code) en Hollywood, que establecía lo que podía verse en pantalla y lo que no. Definía reglas claras sobre los contenidos, la sexualidad, la vulgaridad, el buen comportamiento, los crímenes, el alcohol, la religión, el baile, la decoración y un largo etcétera.
Esa primavera digital también fue censurada: en Egipto, el gobierno cortó el acceso a Internet por varios días; en otros países, se bloqueó Facebook o se ralentizó el tráfico; se arrestó a blogueros, se rastrearon usuarios, se penalizó dar a conocer la verdad. Ahí fue evidente la paradoja: plataformas que habían liberado la voz pública se convirtieron en sus primeras víctimas.
Un par de décadas después, ese hecho dio una vuelta de tuerca, dando espacio a una nueva paradoja. Hoy, Twitter (ahora X), Facebook e Instagram, antes espacios de protesta, son quienes moderan y restringen contenidos. Censuran publicaciones, suspenden cuentas por violaciones a sus términos, sin transparencia ni apelación clara. Ya no es el Estado quien apaga la voz, sino una corporación y, muchas veces, lo que se suprime no es propaganda peligrosa, sino ideas controvertidas, lo que molesta, lo que disiente. Ante estas decisiones no deja de sorprender que cuentas y contenido que promueven la violencia en sus distintas formas (desde violencia de género hasta violencia contra los animales, con todo lo que pasa entre esos dos puntos, como la pornografía infantil) sigan vivas y promoviendo contenidos y negocios ilegales.
Ha llegado hoy la IA, que abre y limita posibilidades en todos los sentidos. La Administración del Ciberespacio en China, por ejemplo, se ha encargado de eliminar toda información relacionada con violencia perpetrada por el gobierno en contra de civiles, como el caso de la Plaza de Tiananmen. El regulador estatal exige aprobar los modelos de lenguaje antes de su lanzamiento.
En Estados Unidos, el Comité Judicial de la Cámara de Representantes publicó en diciembre de 2024 un Reporte, el Censorship’s Next Frontier: The Federal Government’s Attempt to Con..., en el cual expresa su preocupación por la voluntad gubernamental de participar en el desarrollo de la IA y su impacto en la libertad de expresión.
No todo es oscuridad, también hay luz al final del túnel. Existen iniciativas como los “algoritmos genéticos, el proyecto Geneva” y otras propuestas que desde el desarrollo tecnológico están buscando maneras de evadir la censura. Son apuestas por el uso de la IA a favor de la libertad.
Los censores siempre han querido tener la última palabra. La libertad, como la imprenta en el siglo XV, como la radio clandestina en las dictaduras, como los tuits en la Primavera Arabe, se filtra, se cuela, resiste y sobrevive. El reto que tenemos hoy frente a nosotras es que la democracia no se reduzca a lo que los algoritmos diseñados por gobiernos o empresas nos quieran mostrar o que las dictaduras usen la tecnología para callar las voces que les incomodan.
La tecnología puede ser aliada o verdugo. La libertad de expresión, en cambio, sólo depende de que no dejemos de defenderla.
Publicado originalmente en Animal Político el 26 de agosto del 2025.
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