Le dije que tenía miedo, llegué preguntando sobre las relaciones y se me hizo un nudo en la garganta.

Me es difícil dejar mi historia, pienso en mí y en mí historia, mi familia, aprendimos a simular aparente paz, la realidad es que no éramos felices.

Desde ahí ¿cómo construyes pensándote con la otra persona?

Miedo, incertidumbre, compromiso, prejuicios, vínculos.

El miedo me hizo llorar esa tarde, se lo dije, en mi mente no quería volver a verme como ese abril, acuclillada en la esquina en estado de shock, los siguientes meses la experiencia de lo aprendido me ayudó a ser la mejor actriz, no me pasaba nada, por dentro estaba destruida.

¿Cómo construyes desde ese miedo?

Te das cuenta, me dijo, has formulado tus expectativas en negativo, no es que estés mal, es algo aprendido, pero fíjate como aún no pasa y ya estas predisponiendo. ¿Y si vives?

Armazón, caparazón, armadura, profesión, seguridad, defensa.

Protección… eso era lo que buscaba, protegerme, ¡claro! Por qué estar triste, el miedo, la soledad han pasado por el peor marketing posible.

El miedo tiene dos reacciones, te paraliza o te impulsa, conocemos solo el paralizar y si tomamos el impulso. Cuando voy hablar en público las personas me preguntan que, si estoy lista a lo que respondo, tengo miedo, me miran asombradas: “tú, ¿miedo?, por favor eres Angie”, claro que tengo miedo, es poner el cuerpo, la vida, el corazón, pero ese miedo se convierte en impulso y hablo.

Me queda hablar, pensar, saber que quiero y como lo quiero.

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