Hola amigas, comparto este post que publiqué originalmente en VerdeAlegria sobre algo a lo que he prestado más atención este último tiempo, y que trata sobre lo importante que es recordad la memoria de nuestros antepasados, primero, porque nos da un sentido de pertenencia, y segundo, porque nos permite conocernos un poco más, saber de donde venimos. Hoy, quiero traspasar parte de esa herencia a mi hijo. Espero les guste!

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Desde pequeña sentí un gran interés por saber más sobre mis abuelos, incluso los abuelos de mis abuelos. Estaba llena de preguntas que no tuvieron respuesta y que con el tiempo, fui olvidando. Pero cuando quedé embarazada, todas esas inquietudes renacieron. De pronto, volví a tener la necesidad de saber de dónde venía, y cómo había sido la vida de los que me antecedieron. Pero además, deseaba dejar toda esa información disponible para mi hijo, y que así en el futuro pueda entender mejor sus raíces y el porqué de muchas particularidades de nuestra familia.

Las familias, al igual que un individuo, guardan recuerdos que los unen, muchos de ellos hermosos, mientras que otros tal vez resultan dolorosos, dejando problemas abiertos que pueden terminar heredándose a las nuevas generaciones.

Las culturas antiguas, que por lo demás estaban mucho más conectadas a la tierra y la naturaleza en general, tenían una concepción muy especial sobre sus antepasados. Uno de esos pilares era el respeto por la memoria de los ancestros.

Se transmitía de generación en generación los hechos de la vida de los antepasados, y con ello, se generaba un fuerte sentimiento de unión en todo el clan, un sentido de pertenencia.

En realidad no sé si será algo generalizado, pero creo que actualmente existe una enorme falta de identidad, y que probablemente nos ha empujado a una suerte de “debilidad” que nos hace presa fácil de modas o tendencias que no necesariamente tienen que ver con lo que somoso que nos convienen.

Ese desconocimiento y valoración de nuestros antepasados, tiene un impacto sobre la familia, la disgrega, porque no conocemos de cerca las historias de vida de nuestros cercanos, a veces incluso de nuestros propios padreslos que a su vez, quizás tampoco conozcan la vida de sus progenitores. Yo misma me hice consciente de que por largo tiempo no pregunté ni me interesé por toda esa historia.

Si una familia se ha vuelto individualista, sin comunicación de verdad, eso podría verse mitigado si guardamos nuestra herencia y no olvidamos el camino recorrido que desemboca en nuestra propia existencia.

No estamos aislados de todo, pertenecemos a una “sistema” mayor, que es lo que han construido aquellos que vinieron antes que nosotros.

Como madre y mujer, sentí el deseo de dejar a mi hijo, un pequeño diario donde estoy recopilando las historias de vida de nuestros padres y abuelos, para así poder, en cierta medida, aportar en la construcción de su propia identidad y en el fortalecimiento de su sentido de pertenencia, de modo tal, que sepa y sienta que hubieron muchos antes de él, y que el espacio que él ocupa no hubiera sido posible sin el esfuerzo y las experiencias de sus ancestros.

Reconstruyendo nuestro pasado

Una de las primeras tareas que me propuse fue conocer acerca de la infancia de mis padres, dónde nacieron, cómo eran sus familias, cómo eran sus casas, etc. Cualquier cosa que me ayudará a conocerlos mejor.

Curiosamente mis padres nunca hablaron mucho de sus vidas antes de su propio matrimonio: sólo uno que otro dato, pero más que nada, siempre se resumía a las mismas historias anecdóticas. Por ello no sólo recurrí a los ellos, sino que también hable con mis tíos.

Así fue como conocí la historia de mi madre. Ella siempre me hablaba de su vida, pero muy rara vez de su infancia. Todas las historias se restringían principalmente al inicio de su vida de casada.

Para mi sorpresa, me encontré con historias muy tristes. Su relato me asombró mucho, y a la vez me ayudó a entender una serie de comportamientos que yo tan duramente había reprochado en ella.

Resulta que mi madre creció y vivió toda su niñez en un ambiente muy pobre y precario, donde estaba con sus padres y tres hermanos, todos ellos trabajadores a muy temprana edad. En esa época ni siquiera tenían acceso a agua potable ni servicios sanitarios.

En nuestro país se ha avanzado rápidamente en ese tipo de aspectos, y hoy en general, estamos lejos de esas situaciones. Sin embargo, esas historias me impactaron mucho, sobre todo, porque mi madre nunca nos había mencionado estas situacions. De hecho, en realidad mi tía fue la que me aportó detalles más específicos. Fue así como pude entender su obsesión por no desperdiciar nada y muchas veces la insistencia en guardar cosas que yo desecharía sin más. Comprendí además, por qué en ocasiones siente mucho apego a algunas pertenencias, y su necesidad, de pronto exasperante, por el ahorro.

Han sido muchas las historias que he desenterrado desde que comencé a escribir un diario con la historia familiar para mi hijo, y que pretendo completar con un árbol genealógico.

Lo que más rescato de este trabajo, es que me he sentido más cerca de mis padres, mis tíos, incluyendo también a mis suegros, que se han incorporado también a mi propia historia. Y algo que lamento es no poder reconstruir mejor la memoria de mis bisabuelos.

Pienso que al reconstruir la historia de nuestros orígenes, en cierta forma comprendemos parte de nuestro presente. Muchas veces, viejos resentimientos, temores o manías, van moldeando las interacciones de nuestros parientes y nos permiten extraer lecciones valiosas para nuestras vidas.

Al valorar nuestro pasado, sea cual sea, doloroso, exitoso, triste o alegre, nos damos la oportunidad -y la oportunidad a los que vendrán- de vivir más livianos, y por supuesto, de ser más felices...

VerdeAlegria

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