Luego de dar a luz, todo cambia en nuestro mundo. De pronto, nos vemos enfrentadas a una gran cantidad de quehaceres propios de esta nueva etapa, y que consumen la mayor parte de nuestro tiempo. Y no solo eso, nuestros cuerpos no son para nada aquello que eran antes, y emocionalmente nos vemos enfrentadas a nuevas ideas y creencias que se contraponen entre sí. Y en el torbellino que empezamos a vivir, el sexo puede ser fácilmente relegado en nuestras prioridades.
Creo que resulta muy importante entender este proceso, por qué se produce esta confrontación interior, cómo superarlo, y por qué es bueno re-valorar y reconstruir nuestra sexualidad.
Todas entendemos el papel que juegan las hormonas -sobre todo durante la lactancia- y cómo son causantes de la disminución del deseo sexual. Pero a medida que pasan los meses, esto tiende a normalizarse. No obstante, muchas mujeres, incluso después de más de un año, ven como su libido ya no es la misma de antes, y es que el factor psicológico juega un rol fundamental cuando queremos expresar nuestra sexualidad.
En mi caso personal, uno de los puntos que más afectaba mi sexualidad, era que me sentía muy disconforme con mi cuerpo, me sentía perdida. La imagen que veía en el espejo nunca me satisfacía del todo; en el fondo, me parecía queya no era una mujer deseable. Me alejaba constantemente de mi esposo, y finalmente me enfrentaba a una encrucijada ilusoria entre ser madre o ser mujer. Pensaba erróneamente que sería una mejor madre si dejaba de lado todas mis necesidades y me dedicaba 100% a mi hijo.
Creo que en este punto influyó mucho la crianza “patriarcal” que recibimos, y que de alguna forma determina la no-aceptación de la combinación mujer, madre, y un ser sexual. En muchas partes se ha aprendido que solamente la imagen de la mujer esbelta, joven, de belleza canónica es la que merece el placer de amar.
A riesgo de molestar a muchas lectoras, creo que existen algunas ideas muy arraigadas en el inconsciente colectivo en torno al imaginario religioso, que han causado mucho daño. Es el caso de la imagen de la Virgen María, que ha sido tomado como el ícono arquetípico de la madre pura y perfecta. Este solo concepto ha permeado profundamente a distintas sociedades, donde la mujer debe alcanzar estándares irreales, donde la idea de una mujer como un ser sexual es sinónimo de pecado y culpa.
Antes de esta concepción, que equipara maternidad con santidad (en un sentido religioso tradicional), las culturas “primitivas” no hacían esta disociación entre las ideas de madre, mujer, sensualidad y sexualidad. De hecho, el concepto de “Madre Tierra o Madre Naturaleza” viene de esta memoria ancestral, que ve a la madre como fuente de vida, un refugio, alguien “más real”, “carnal” -si cabe el término- y no simplemente como una idea abstracta idealizada. Tal vez por eso, es que generalmente se la representaba como una mujer rebosante de curvas y abundancia, que provee, ama y protege a todos.
Pienso que re-educándonos y olvidando las nefastas enseñanzas de una sociedad que se debate entre el machismo y el feminismo, que en cierta forma mercantilizan ambos géneros, podremos abrir nuestras mentes a modelos más coherentes respecto a la mujer y el sexo. Para ello, la clave está entrabajar nuestro empoderamiento, haciéndonos más conscientes de nuestra sexualidad y su poder.
Para algunos padres resulta difícil comprender cabalmente los cambios que sufrimos las mamás a nivel emocional. Muchos esperan a la “mujer amante” de vuelta, porque necesitan nuestro calor, la unión sagrada y la energía sanadora que nos entrega el sexo. Por esta razón, es importante no descuidar nuestra relación de pareja y entrar en una nueva etapa donde podamos abrir nuestros corazones a la pareja, mostrando abiertamente nuestros temores e inseguridades.
Evidentemente, cuando llega un hijo al mundo las cosas no seguirán siendo como antes. Sin embargo, si nos concentramos más en el contacto cotidiano, en las palabras dulces del día a día, cuidando el amor y el romance, poco a poco volvemos a nuestro cauce natural, a volver a enamorarnos de quienes somos y de lo que hemos construido en pareja. Así lentamente vuelve el deseo y el placer de sentirnos uno con el otro, ahora desde una nueva dimensión.
A pesar de lo que muchas personas crean, no existe ninguna contradicción entre amar a los hijos, y disfrutar del sexo con la pareja. Por el contrario, el sexo nos permite consolidar esa unión, acrecentar el amor y la confianza. Y esos efectos positivos, que no solo se circunscriben a nuestra salud física,trascienden toda la convivencia familiar. Los niños se crían con mayor seguridad cuando ven solidez en la relación de sus padres, y es muy probable que en la adultez tengan una perspectiva madura y saludable en relación al sexo.
¿Cómo has vivido tu sexualidad después de tener un hijo? ¿Ha sido una transición sencilla o compleja?
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