No tengo demasiados ídolos, ni considero que haya demasiadas personas (públicas sobre todo) a las que se deba admirar. Cuando era pequeña, solía leer todos los libros de la biblioteca de mi padre. Así que mientras leía “Mujercitas” o las historias de Salgari, también me sumergía en enciclopedias sobre la Segunda Guerra Mundial o la vida de Lincoln. Probablemente, eso ha influido en mis gustos literarios, poco ortodoxos,  pero al mismo tiempo me hizo una persona bastante desconfiada. Siempre creo que detrás de conductas y motivos “altruistas y desinteresados” hay razones muy prosaicas. Sin embargo, también creo que hay excepciones y personas excepcionales, como en el caso de Malala.

Imagino que todos conocen a Malala Yousafzai, una joven Pakistani, pastún, que nació en el Valle de Swat, cercano  a la frontera con Afganistán. Malala, desde pequeña había defendido el derecho a ir al colegio y se hizo mundialmente famosa cuando un grupo talibán le disparó en octubre de 2012.

No recuerdo, realmente, haber seguido muy de cerca su historia en el momento del atentado. Pero comencé ha hacer algo de investigación sobre ella cuando fue nominada  para el Premio Nobel de la Paz en 2013.

Lamentable e inexplicablemente, no lo ganó en esa ocasión. Supuestamente, la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (en el contexto del conflicto de Siria) lo merecía aún mas.

Pero más allá del hecho de que ganara el Nobel de la Paz (lo obtuvo en 2014), creo firmemente que  su historia debe ser contada a todas las niñas y niños del mundo.

Su vida es inspiradora, su determinación  para aprender, sin importar el contexto adverso en el que se encontraba, es extraordinario.

Sin embargo, no podemos entender su historia y su valor, sin conocer la vida de su padre, Ziauddin Yousafzai. Sus aspiraciones y su continua e inacabada lucha por el derecho a la educación, lo convirtieron en un verdadero defensor de los derechos de las niñas a ir al colegio, incluso en medio de la violenta dominación Taliban del valle del Swat. El también merece reconocimiento internacional.

Pero volviendo a Malala, ella cree que la razón principal por la que, tanto sus dos amigas y ella, sobrevivieron al brutal ataque terrorista ( Malala fue baleada en la cabeza dentro del autobús escolar) es porque tiene una misión que cumplir: luchar por el derecho a la educación de todas las niñas.

No obstante, el mensaje que ella busca trasmitir y que quiero destacar es la necesidad de “empoderar” a las niñas. Como Malala siempre repite, las niñas deben  ser conscientes de que la herramienta más útil que poseen es un “lápiz”. Debemos ayudar a nuestros niños a darse cuenta cuan importante es la educación, sin importar las circunstancias adversas en las que podamos vivir. Es imperativo comprender que la educación no es solo sobre matemáticas, o lengua o aprender contenidos, sino que es una herramienta para cambiar nuestras vidas y el mundo.

Por ello, creo que la experiencia de Malala debe ser conocidas por todos: nuestros hijos e hijas, quienes tienen una vida privilegiada y que suelen no querer ir al colegio, pero también y sobre todo por aquellos  niños y niñas que viven en difíciles y hostiles ambientes para la educación, en muchos casos no muy lejos de nosotros.

Definitivamente, Malala es digna de admiración, y debería ser el modelo a seguir de muchas niñas y niños, y adultos.

Mas información sobre Malala: http://www.malala.org