En mucha ocasiones en nuestros trabajos nos hacemos confidentes de quienes gustan de quejarse y expresar en mayor o menor grado la frustración que sienten al tener que lidiar con situaciones que salen de su control durante su laborar diario.

Si bien el escuchar quejas es algo común, proporcionar ayuda a quien la pide es algo más complicado ya que en ocasiones difícil encontrar y decir la causa-raíz de los problemas, es por esto quizá que lo evitamos y gastamos el tiempo escuchando quejas sobre quién no hace lo que tiene que hacer, los mecanismos burocráticos que están obligados a seguir, procesos no seguidos y decisiones mal tomadas.

 

Cansada de escuchar quejas, también comparto la mía, me quejo de las quejas que he escuchado por temor a hacer algo distinto.

Estoy harta de escuchar a personas quejarse buscando que se les tienda el hombro para llorar o por sus palmaditas en la espalda mientras les dices que no están siendo valorados, que son excepcionales y que sin ellos las cosas podrían ser peor.

También de aquellas personas que dicen que si harán algo distinto siempre que haya alguien primero que ellos, que harán el cambio cuando les digan cómo y cuándo hacerlo o cuando exista un estímulo de por medio.

Con lo anterior sólo acentuó que definitivamente es más fácil quejarse, pero no se trata de hacer este blog una queja, sino de tratar la causa-raíz, así estaremos combatiendo el problema real y no estaremos lanzando golpes al aire.

 

Hasta pareciera maldición gitana, “La verdad está en las raíces”.

 

Seamos sinceros, no nos gusta confrontar los problemas de forma directa y frente a alguien.

Necesitamos un tiempo de aceptación, ese tiempo que se convierte en pedirle al cerebro que acepte algo y haga algo diferente, dejando de lado lo que ha usado y esto provoca malestar. Esto se ha postulado por la neurociencia en la afirmación de que el cambio “provoca sensaciones de malestar físico”, así pues, esto quiere decir que nuestro cerebro activa un pensamiento de forma instintiva, enviando un mensaje indicando que el cambio es doloroso y por lo tanto huimos de ello, nos sentimos en peligro, por lo que nuestro instinto animal busca la supervivencia.

 

Pero gracias a otro postulado de la misma neurociencia, creemos que la causa-raíz de no hacer algo distinto es que nuestro cerebro no quiere un cambio, y si a eso le sumamos que alguien más no lo está sugiriendo entonces cerramos la puerta a cualquier mensaje como reacción natural.

 

Aceptando ambos postulados, podemos dejar este juego de nuestro cerebro para procesar un método llamado “cuestionamientos enfocados en la solución”, con lo cual activamos la aceptación del cambio, lo cual consiste en querer esforzarnos por tener la sensación más allá del pensamiento o del control consciente.

 

En el mundo romántico de la aceptación de cambios, sería como cumplir las promesas vikingas del Valhalla.

 

El Valhalla es un enorme y majestuoso salón ubicado en el reino de Asgard, gobernado por Odín en dónde todos aquellos guerreros elegidos, según la dignidad de su muerte, iban ahí guiados por las Valkirias y se preparaban para ayudar a Odín en la batalla del fin del mundo.

Así cada guerrero vikingo perdía su miedo a la muerte en la batalla, hacia sus promesas del Valhalla y una vez liberado de sus ataduras podía luchar por conseguir el objetivo marcado por Odín.

 

 

La idea de la historia aquí es tomar como referencia y ayudar en el catarsis contra fobias o como impulso para la superación de terrores o malestares de cambios.

Como los grandes problemas son normalmente una masa densa de pequeños problemas entrelazados, se pueden hacer más progresos si la persona que quiere resolverlos se ciñe a una pequeña parte del gran problema y no buscando grandes soluciones, de esta manera se reduce el temor por el cambio y se logra la confianza necesaria para emprender esfuerzos mayores.

 

Así pues, hagamos nuestras las promesas del Valhalla y si escuchamos alguna vez la frase: “así es como siempre hacemos las cosas aquí”, cambiemos por: “así es como siempre hacíamos las cosas acá, ahora, las hacemos mejor”.

 

Solamente hay que tener en cuenta que cualquier clase de cambio es difícil, pero esforzarte por las posibilidades de desencadenar el cambio es el camino correcto para la superación y el éxito, no solo a nivel laboral, sino también en nuestra vida personal, el país y el mundo.

 

Finalmente, si nos vanagloriamos de que las mujeres somos las que propiciamos el cambio, las que verdaderamente controlamos el mundo y las que deben ser tomadas en cuenta, dejemos nuestras actitudes pasivas, de echarle la culpa a los hombres y del devenir histórico de las cosas, el cambio lo debemos hacer nosotras, sin esperar nada a cambio, comprometidas y valerosas, porque si no es así, estamos condenadas a seguir siendo tratadas “como siempre se ha hecho aquí”.

 

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