Nochebuena, palabra que dicen va cayendo en desuso. No en mi familia. Desde que yo era muy niña la cena era todo un evento de manteles largos, era un honor tomar tu lugar a la mesa, tener paciencia, mantenerte compuesta, conversar y correr a abrir los regalos bajo el árbol cuando los comensales más jóvenes estábamos a punto de quedarnos dormidos sobre el plato. Entonces volvía la energía y terminábamos la celebración bien entrada la madrugada.
El mismo ritual se repitió con mis hijos. La única diferencia era que los regalos de los tíos y abuelos se abrían después de la cena pero los de Santa amanecían al día siguiente bajo el árbol. Los duendes de Santa cargábamos nenes dormidos, los metíamos a la cama y corríamos de puntitas a recuperar regalos de los escondrijos novedosos que cada año íbamos encontrando. Todos virolos de sueño, el 25 yo estaba preparada con la cámara de video en cuanto les oía trajinar y papá corría justo a tiempo de ver las caritas de sorpresa.
Los hijos crecen, ya no viven conmigo y esta navidad fue hermosa. Mi depa fue la sede de las fiestas. Vinieron a brindar en Nochebuena y regresaron a la comida navideña con todo y una novia.
La cocina es pequeña. Con todo hubo momentos en que todos estaban ahí metidos. Vacilando a la abuela, preparando botana, asaltando la despensa, el refri. Metiendo la cuchara a escondidas en los peroles, robando papas del bacalao. Todos hablando al mismo tiempo, casi chocando entre ellos (¡vieran cómo quedó el piso!) Hubo un momento en que me quedé a unos metros disfrutando como niña tanta vida en mi casa. Qué puedo decir: se me inundaron los ojos de luces y de lágrimas.
Al fin a comer. De todo y por su orden: pavo recalentado y bañado con gravy para hacer tortas. Bacalao, caldo de camarones, relleno de pavo, ensalada verde, turrones, trufas. Tinto, espumoso italiano, cerveza o refrescos al gusto de cada convidado.
Poco a poco las voces se fueron apagando y los comensales se mudaron a la sala, a alguna cama buscando darle espacio a la barriga para empezar la batalla de digerir. Mis hijos le llaman “mal del puerco” y les sucede a las personas que no saben de templanza y sucumben a las tentaciones que representa… la lechuga, porque según ellos fue lo que les cayó pesado. La anfitriona que había pensado en todo olvidó los alka-seltzers.
Todos volverán para cenar el 31 y recibir el Año Nuevo. Esta familia no tiene costumbre ni de uvas o chones rojos, ni de pasear maletas o echar maromas. Qué suerte porque en este espacio tan pequeño, haríamos chuza contra los muebles. De todos modos, será otra fiesta memorable que me llenará el alma de contento. De corazón, que la tuya sea igual de hermosa.
Comentario
Bienvenida por estos parajes; la comunidad sigue más viva que nunca.
De las fiestas de manteles largos: me conoces y sabes que soy bien educada pero mal aprendida. Con todo, las fiestas de manteles largos me encantan. En casa cada cosa tuvo siempre su significado, el almidón no era nada más porque sí. Ver que tu hijito de cuatro años quiere ponerse saco y corbata para estar presentable y que el mayor cuenta por muchos días que lo sentaron a la izquierda de la señora de la casa... no tiene precio! Herencia de mi padre que no tiene precio.
Por último, si la nostalgia es feliz: qué problema? Te dije que brindé en tu mesa el 24... y tu en la mía unas horas después.
Mi Flaca querdia, ya llegué!!!!
Acá tampoco tenemos muchas tradiciones y la verdad que así está mejor! No extraño las monumentales fiestas de manteles largos, como tú dices, que hacían mis papás. por alguna razón siempre estuve triste.
Ahora siempre estoy nostálgica pero feliz!
Feliz Año nuevo!!!
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