Palestina

Aún en mi nube sin más periódico que las editoriales que me interesan, sin noticieros y sin ningún interés por la fiebre futbolera, no puedo dejar de enterarme de los estropicios en Palestina.

Temprano encuentro una publicación en Facebook que me deriva a una serie de artículos y notas que pretenden explicar de manera sencilla el conflicto en la franja de Gaza. Confieso que nunca había entendido mucho aunque tengo cuarenta años leyendo el periódico y siguiendo las notas sin comprender un pepino.

Con todo y que lo que encuentro deja muy mal parados a los Israelíes, entiendo que es una maraña… que va más atrás del reparto en la postguerra de “territorio de nadie” (porque si tenía inquilinos) y que se remonta a tiempos bíblicos.

Entonces, vuelvo a mi idea (triste) de que la humanidad ha desarrollado tecnología, maneras novedosas y efectivas de exterminio, ha sofisticado  sus posibilidades de dominar por fuerza… pero no ha evolucionado un rábano en cuanto a su “espíritu”.  Ha sido vertiginoso el avance para ponerle más eficazmente la pata en el pescuezo al prójimo pero no la empatía, la tolerancia o el respeto por los demás.

Al ver notas que abogan por el cese al bombardeo y al darles “me gusta” para unirnos a la condena… no vamos a lograr nada (más que lavarnos la cara con bañitos de pureza). La paz es un esfuerzo global. Tendríamos que empezar por casa, por el vecindario, por el entorno más próximo… y tendríamos que movernos, aunque sólo sea un poco, todos.

No sé tú: yo veo con malos ojos a cualquier político, con peores a los marchistas que me abodollan el camino. Puedo emitir un discurso de carretonero contra el chofer de un microbús, contra los polis de tránsito que causan embolismo en Av. Toluca y periférico cada tercer día. Alucino a quien es brusca, intolerante o malmodienta… pero: la paz tiene que empezar ahí. Si no lo logro, no estoy ayudando, de poco sirven mis “likes” para una causa tan remota si no puedo mantener la compostura en mi entorno más cercano… ¿o sí?