Las jacarandas ya están en su segunda floración (la primera es en rama pelona, ahora tienen hojitas verdes) y nos rebozan la mirada –cosa de ver p’arriba–. Buen motivo para sonreír.
Esta casa nueva tiene luces que voy descubriendo conforme pasan los días. Ahora, poco después de las siete de la mañana, el sol de alborada se cuela entre las ramas del parque vecino y pega por unos minutos directo contra mi tabla de oro de hoja. La estancia se dora con una luz y una vibra que me quedan como buen vino en el alma por lo que resta del día. Otra razón para estar feliz.
Vuelvo a decir alguna ocurrencia sin tamiz: se me sale de la boca antes de morder mi lengua. Y causa risa, le cae en gracia a quienes la reciben. Me deja con tan buen sabor de boca hacer reír: otro cachito recuperado que revive esta primavera (porque soy una mula desorejada que se había puesto freno).
Siento el sol en la piel y duermo fresca con el balcón abierto sin que la inseguridad me fastidie la ventilación.
Tan contenta me siento que retomo por enésima vez la dieta de engorda y hago algo de ejercicio: realmente estoy desconocida.
La primavera me pone de buenas. Se presta para ver lo mismo con otros ojos, para descubrir los encantos de la vida simple. Ya encarrerada, pruebo novedades como las paletas heladas de mango espolvoreadas con salsa Tajín, recupero clásicos (las de Guayaba) o vuelvo a usar una falda hippie con camiseta de tirantes.
Es tiempo de renovación.
¡Bendita nueva primavera!
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