pareciera que mi cuerpo vive de recuerdos, en la nostalgia, pero no en esa triste, que todo mundo relaciona al escuchar esta palabra. En esa que te dan los años bien vividos, superados y algunos más pasados así como por encimita. Recuerdo la fragilidad de mi, siendo niña al estar en casa de mis padres, regresar de clase de danza y ver a mi abuelita esperarnos en la puerta, con sus faldas negras, largas y bailar con nosotros esos zapateados que aprendimos ese día. Recordar el chocolate caliente que nos daba, porque no puedo recordar en primera persona, recuerdo en muchas personas, mis hermanos y mis padres y ella...mi abuelita. Esa mujer hermosa convertida en manos suaves, en abrazos cálidos y de los cuales no me separaría nunca, si la tuviera hoy aquí. Esa sonrisa tan llena de ella, esas comidas que hacía, incluso esas veces que en mi casa no había para comer y que ella, llena de amor,nos daba. Esa seguridad que daba el verla ahí, caminando, cocinando, cantando, riendo e incluso en sus momentos más silenciosos, de meditación profunda. Ahora, que siento la vulnerabilidad de mi ser, ante los desafíos de la vida, la anhelo y extraño con todo mi ser. Mis hijos me demandan atenciones, cuidado y ese mismo es el que yo ahora, siendo adulta, a veces siento y quiero volver a ser esa niña frágil entre los brazos cálidos y amorosos de ella, mi mama Cristy, mi gran motor, mi refugio en los días de angustia, de no saber a dónde me llevaba la vida. Ahora desde las estrellas ella me protege y estoy segura baila conmigo y celebra cada logro y me abraza en cada tropiezo y me ayuda a levantarme nuevamente y ahora, sabe cada secreto también. Sabe mis miedos, mis alegrías, sabe de este amor tan profundo que en mi tengo por mi principalmente para poderlo dar a los míos y al prójimo y a la vida. Desde aquí te veo cada noche abuelita hermosa...
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