Brenda Macías y Marina San Martín
La pandemia por covid-19 nos ha mantenido en confinamiento para evitar su propagación. Si bien esta medida ha contribuido a proteger nuestra salud y la de los demás, paradójicamente, también ha intensificado los comportamientos de agresión entre quienes conviven en un mismo sitio, poniendo en peligro a las personas más vulnerables, específicamente a las mujeres.
Como en la obra de teatro “A puerta cerrada” de Jean-Paul Sartre, ellas sobreviven, cada día, al infierno de violencia que pasa al interior de sus casas, ya sea contra ellas o hacia sus hijas e hijos.
De acuerdo con la Guía ante #Covid19, que forma parte de una serie de documentos orientadores difundidos por la ONU en 2020, 243 millones de mujeres entre los 15 y los 49 años han sufrido violencia física y/o sexual de su pareja; 137 son asesinadas diariamente por un familiar; menos del 40 % de las víctimas buscan ayuda y menos del 10% recurren a la policía. Asimismo, 14 de los 25 países con mayor número de feminicidios están en América Latina y el Caribe.
A pesar de que en México, según datos de INMUJERES e INEGI al cierre de 2018, la población femenina ha sido mayor (51.1%) que la masculina (48.9%), históricamente, es la que ha sido objeto constante de violencia.
De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2016, el 66.1% de las mexicanas de 15 años y más, había sufrido al menos un incidente de esta naturaleza a lo largo de su vida, siendo la Ciudad de México (79.8%), Estado de México (75.3%), Jalisco (74.1%), Aguascalientes (73.3%) y Querétaro (71.2%) las entidades federativas que encabezaban la lista de incidencia.
Las medidas de aislamiento y las restricciones de movimiento adoptadas en la crisis sanitaria han favorecido la violencia de género, más aún al invisibilizar a las víctimas.
El incremento de los niveles de estrés, de desempleo y la disminución de ingresos exacerba los entornos, aumenta la exposición a la explotación sexual dada la informalidad laboral, lo que se suma a la dificultad de activar redes de apoyo y de tener acceso a servicios de salud y de justica, adicional al recorte de recursos para atender tan grave problema.
En efecto, otra encuesta que nos aporta importantes datos para conocer la realidad de las mujeres en nuestro país, que las expone a vivir con mayor riesgo las situaciones de violencia en sus hogares es la denominada “Encuesta nacional al sobre uso del tiempo (ENUT)” llevada a cabo el año pasado por el INEGI en colaboración con el INMUJERES, de la que se desprende que en trabajo doméstico (no remunerado) para el propio hogar, las mujeres de 12 años o más reportaron 30.8 horas semanales, mientras que los hombres en ese mismo rango, un total de 11.6 horas. Es decir las mujeres trabajan dentro de casa, sin límite de horario y sin sueldo, casi el triple de tiempo en comparación con los hombres.
Considerando que dicha encuesta data del año pasado, no contempla que desde que inició la contingencia sanitaria, el trabajo de cuidados para las mujeres dentro de sus hogares ha incrementado de manera significativa con el cierre de las escuelas y el aumento de las necesidades en los ancianos.
Si consideramos que el 60% de las mujeres labora en el comercio informal, ello evidentemente nos da la certeza que el desplome económico que ha generado la pandemia, agrava su situación de pobreza y de dependencia económica, lo que las coloca definitivamente en un estado de vulnerabilidad en lo que respecta a la violencia en los hogares, al incrementar la dependencia que tengan de una figura masculina proveedora; ante un innegable sistema patriarcal y machista que impera en nuestra cultura; al estar sometidas a un estrés superior puesto que además de llevar a cabo sus labores económicas con más precariedad, el trabajo de cuidados y atenciones en casa es aún mayor, tomando en cuenta que son ahora también no solo madres, sino: maestras, psicólogas, enfermeras, por decir algo.
Para intentar mitigar este brutal fenómeno, ONU Mujeres ha recomendado diversas acciones, como implementar medidas para disponer de mejor información y estadísticas sobre la violencia durante la pandemia, sobre los servicios de emergencia y los mecanismos de atención, entre otra de utilidad social; considerar dichos servicios dirigidos a las víctimas como esenciales; mantener refugios seguros y líneas de ayuda; o bien, visibilizar las agresiones involucrando a medios de comunicación y a organizaciones de la sociedad civil.
Como decía Elie Wiesel, superviviente de los campos de concentración, ante las atrocidades tenemos que tomar partido, pues el silencio estimula al verdugo; rompamos el silencio, combatiendo toda forma de violencia desde nuestros espacios, para ayudar a las mujeres a no tener miedo de denunciar y dar a conocer lo que ocurre a puerta cerrada.
Fuente:
MUJERES QUE SOBREVIVEN A LO QUE PASA “A PUERTA CERRADA”, LJA.MX, 21 de diciembre de 2020, en:
https://www.lja.mx/2020/12/mujeres-que-sobreviven-a-lo-que-pasa-a-p...
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