"En la extremidad de mí estoy yo. Yo, implorante, yo, la que necesita, la que pide, la que llora, la que se lamenta. Pero la que canta. La que dice palabras (...) me transmuto" -Clarice Lispector-
La historia de nuestras vidas como mujeres comienza no el día que nacemos, sino el día que decidimos transformarnos. ¿Cómo llego ahí? ¿En qué momento?
Sin duda no hay tiempos ni recetas para iniciar la transformación, en cada una el proceso se gesta de manera singular. Generalmente, es a raíz de un momento de desequilibrio, en el que la burbuja de cristal que nos sostenía en homeostasis ¡se quiebra! ¡se hace añicos! y nosotras vemos regados en el suelo los cachitos de nuestros planes de años, sueños rotos, uniones destrozadas...
Es ahí, desde el suelo, desde lo d-e-s-e-c-h-o que empezamos el inicio de un recorrido de años, en el que la misión principal es re-hacernos, re-construirnos y unir en nosotras lo que quedó hecho añicos.
La tarea, semejante a la de las tejedoras que hilvanan sus sueños en cada tela, no es nada fácil, requiere sobre todo de la paciencia de quien sabe que lo importante no es quien teje más o hace el telar más colorido, sino del amor y el cuidado que se ponga en cada hebra a hilvanar. ¡Es muy fácil perder de vista la hebra del hilo! Por ello, la visión y la constancia con la que se teje es de suma importancia para no desviarse de nuestra tarea principal.
Aún ya emprendido este proceso, el anhelo de regresar a nuestra antiguas vidas regresa con los susurros del viento. A veces la tentación de voltear y regresar por el camino ya recorrido es tan grande, que sólo la pequeña voz de nuestro interior nos puede convencer de lo innecesario de ese regreso y nos alienta a continuar el camino por el bosque de la autonomía.
En ese bosque, todo parece tenebroso y aterrador ¡Hacer el súper solas! ¡Ir al cine solas! ¡Cuidar de nosotras mismas! ¡Qué horror! La palabra SOLA puede ser muy atemorizante. Pero, en cuanto vamos dando cada paso y nos vamos adentrando en la espesura de ese bosque que parece inmenso, nos damos cuenta que en realidad no estamos solas y que esa soledad a secas no existe. Las creencias de la cultura, aquellas que hemos escuchado desde niñas en las que nos hacen miles de advertencias "¡por nada del mundo te atrevas a ir al bosque sola!" Son las que nos hacen dudar de nuestros pasos "Quizá no sea buena idea hacer esto" Pero sin el atrevimiento a traspasar las normas prohibidas, no podríamos descender por nuestros propios pies y conocer aquello que ha sido vedado para nosotras.
La travesía que implica recorrer el bosque es el lugar en donde se construye la autonomía, uno se enfrenta a las viscisitudes del camino, a las tormentas, al frío, al viento, pero también se disfruta de comer de los frutos de la libertad de nuestro espíritu, podemos echarnos en la hierba, reposar bajo el sol, e igual que las flores mostrar nuestros colores y abrirnos a la vida.
De esta manera, la autonomía es algo que se toma o se deja, algo que se decide construir o se decide dejar a la consideración de otros. Sin este poder de decisión que implica saber hacia dónde girar, qué camino tomar, nuestras vidas quedan reducidas a lo que los demás creen que necesitamos y el mátiz de ese "creer" va desde lo negro hasta lo rosa.
La transformación de nuestro ser mujer es una tarea de todos los días. En la que encontramos alegrías y tristezas pero que nunca quede el desánimo de que este recorrido es un sin sentido un "no tiene caso", siempre será necesario en nuestras vidas ser las protagónistas, tener voz y luchar incesantemente por nuestros sueños. Esa lucha es la imprescindible...
-Ixmucané-
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