Es innegable que vivimos en un mundo globalizado e interconectado donde las fronteras de tiempo y espacio han quedado superadas, gracias a la transformación digital.

 

Las tecnologías como el internet de las cosas; big data; redes móviles, como la 5G; blockchain; o cloud computing y edge computing; han acelerado nuestra comunicación y nos han facilitado el acceso a bienes y servicios.

 

Así también ha pasado con el desarrollo de la inteligencia artificial, que como la define la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), se trata de máquinas que pueden hacer predicciones, recomendaciones o tomar decisiones que influyan en entornos reales o virtuales, para cumplir con objetivos definidos por los humanos.

 

Su uso es mucho más común de lo que pensamos. Según la encuesta “Lo que los consumidores realmente piensan sobre la IA: un estudio global” de 2017, de la plataforma Pega, de 6 mil personas entrevistadas, solo el 34% creía que había interactuado con esta tecnología; aunque en realidad, el 84% lo había hecho al menos una vez.

 

Actualmente, su aplicación ha alcanzado campos como la atención médica, la ciencia, la agricultura, el educativo, el financiero, el ambiental, el gubernamental y el comercial.

 

Es una herramienta que tiene la capacidad de potenciar el progreso humano y económico, y los derechos humanos. Asimismo, contribuye a cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 de la ONU para erradicar la pobreza, proteger al planeta, y asegurar la prosperidad e innovación inclusiva.

 

No obstante, estas tecnologías conllevan desafíos. De acuerdo con la Comisión Europea, en su reporte de 2020 sobre inteligencia artificial, su creación y su uso indebido puede vulnerar derechos, incluidos los relativos a la privacidad, y a la no discriminación; limitar libertades; profundizar brechas; y generar riesgos a la seguridad, la salud y la vida de las personas.

 

Para aprovechar al máximo estas soluciones innovadoras, de manera confiable, se deben respetar las prerrogativas de quienes las emplean; ser transparentes y seguras; además, de considerar que su diseño e implementación responda a estándares éticos.

 

Así lo recomiendan instrumentos internacionales, como los Principios de la OCDE sobre la inteligencia artificial, de 2019; o el primer acuerdo sobre este tema de la UNESCO, adoptado en 2021; que son un referente en las acciones que gobiernos, organizaciones e individuos deben desplegar para tener tecnologías que prioricen a las personas.

 

Decía el Premio Nobel de Química, John Polanyi, que “el respeto a los derechos humanos es imprescindible si queremos hacer un uso inteligente de la tecnología; no es algo ajeno que deba incorporarse en la ciencia; por el contrario, es parte integral de la misma”.

 

A propósito del Día Nacional por la Igualdad y la No Discriminación, el 19 de octubre, que busca eliminar, en todos los ámbitos, las prácticas que reproduzcan sesgos, prejuicios y estereotipos, debemos asegurarnos de que la inteligencia artificial nos facilite la vida, respetando nuestra dignidad.

Fuente:

"Los claroscuros de la inteligencia artificial", La Silla Rota, 20 de octubre de 2022, disponible en: https://lasillarota.com/opinion/columnas/2022/10/20/los-claroscuros...

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