No sé ustedes pero yo crecí en un ambiente donde habían buenas mujeres y malas mujeres. Las buenas éramos las mujeres de mi familia, por supuesto; y las malas eran las que se descarrilaban. Se salían de la norma casi genética de la feminidad familiar. ¿Cuáles eran los parámetros para juzgar si nos configurabamos como la perfecta oveja negra? Bueno…las malas eran las que no sabían cocinar, las que no les gustaba estudiar, las que solo se vivían pintando las uñas, las que se reían de todo, solo andaban fritanguiando y no sabían hacer ni un arroz, los hijos andaban hechos un relajo, tenían montones de queridos, decían malas palabras, no tenían temas de conversación, etcétera.
Las buenas eran todo lo contrario: amaban la familia, los hijos, el trabajo, la cocina, la maternidad era el fin de su vida. Tenían religión. Si son católicas, apostólicas y romanas pues mejor. Nunca se hablaba de sexo. El placer sexual era inexistente. Y si se hablaba era para meterte en miedo: cuidadito salís panzona. Tenían que hablar un idioma, sacar un diploma para algo te puede servir, tocar un instrumento musical, tener hábito de lectura, manejar bien el carro, conocer a la perfección el teclado mecanográfico y saber bailar, ahí si me jodieron más.
En fin… las buenas debíamos saber de todo. Crecí con la consigna: Una mujer completa debe saber hacer de todo. De repente en la medida que nos vamos desarrollando nos familiarizamos con los terminos: mujer pencona, mujer tarzana o mujer supermana, mujer padre-madre y expresiones semejantes. Te condicionan, consciente o inconscientemente, a que sustituyas la inutilidad masculina; porque el modelo masculino es un artefacto casi genéticamente descompuesto que no tiene remedio.
Decimos que somos mujeres completas y nos jactamos de todo poder hacer. Somos cocineras, ingenieras, madres, costureras, jardineras y no sé que más. Como si realizar todas esas actividades contribuyen a la equidad de roles entre los hombres y las mujeres. ¡Para nada!
Lo peor es que ésta clasificación de buenas y malas, somos las mismas mujeres las que la fomentamos. Y nos ubicamos inmediatamente del lado de las buenas de la película, echándonos flores: Somos lo máximo. Ingenuamente caemos sonrientes en ese chorro de alagos y homenajes de que todas somos bellas, extraordinarias, capaces y seguras. Basta de tragarnos ese cuento.
Relajémonos y aceptemos que no podemos hacerlo todo. Que tenemos que relegar. Y sobretodo que tenemos la capacidad de crear lazos de cooperación familiar donde todos se ayuden y colaboren. De qué sirve ser mujeres buenas, todo terreno, si vamos a contribuir a que los estereotipos se profundicen. Las mujeres hacen de todo y los hombres no hacen nada. Bueno excepto su papel de proveedor económico, si acaso.
Encasilladas en multiples roles, nos asfixiamos en el espacio familiar y no podemos reproducir valores de equidad. Liberémonos relegando. Liberémonos generando valores de amoroso servicio dentro de nuestra propia familia. ¡Eh! No hagamos tanto. Forjemos redes de asistencia y ayuda entre los miembros del núcleo.
La reivindicación de los derechos de la mujer no se encuentra solamente en la reformulación de políticas pública, en la adopción de instrumentos jurídicos específicos, o en las manifestaciones de los movimientos feministas. Sí. Todo eso cuenta e influye; pero no nos olvidemos que el universo familiar es el origen de los valores de la sociedad
Feliz Día Internacional de los Derechos de la Mujer
Comentario
Hola Soraya, también leí tu entrada. Me gustó el énfasis en el trabajo de las mujeres. Gracias por pasar por aquí.
Me gusta mucho Mariangeles, en mi blog tengo una entrada muy similar... lo relativo de ser buena o mala mujer o buena o mala madre.
Hola Renata, pues sí. No es fácil delegar con una programación tan tóxica. Pero nunca es tarde para salir de eso. No es sencillo, resulta complejo pero hay que hacerlo. No podemos seguir cargando el mundo a cuestas. En una familia no solo nosotras estamos.y las primeras en decir basta!, somos nosotras, sino nadie lo hará. Cuando leo el montón de alagos que nos tiran en ésta fecha, sin obviar la del día de la madre, te juro que siento que me asfixio. No me lo puedo creer. No somos invencibles, hay que tirar la toalla y cuanto antes mejor. Poner el límite sino terminamos alagadas pero bien cansadas a todo nivel; sicológico, físico, mental etc. Y bueno... podemos influir desde el hogar, podemos. Admiro tu coraje de vivir algo distinto a nivel familiar, Entiendo que fue lo más sano para todo mundo, pero claro esos cambios en un momento dado parecieran generar el fin del mundo. lo entiendo.Mis padres se divorciaron y fue dificil estabilizarse luego. /Gracias por leer mi entrada, tu comentario y tu aporte. Un abrazo.
Mariángeles, muy cierto: más que seguir esperando políticas públicas, hay que trabajar en casa: Finalmente la educación de la familia sigue corriendo en gran parte por cuenta de las mujeres.
Es bien complicado generar dinámicas saludables cuando lo que aprendimos fueron esos roles que mencionas. Yo también me consolé por años con el reconocimiento de un marido que me echaba tantísimas flores por mi profesionalismo doméstico... pero comentaba "cariñosamente" que me lo pensara bien antes de tomar un trabajo que generara otras satisfacciones y dinero porque me volvería loca con dos chambas tan comprometidas. Si se entiende bien el "consejo" el no estaba dispuesto a mover un dedo porque él ya era el proveedor y tampoco le hacía gracia que yo tuviera autonomía. Y por qué fue así tantos años? pues porque en algún rincón de mi cabeza cupo que semejante plan de vida habría de funcionar como había funcionado para mi madre, mis abuelas, muchas amigas, tías, primas, etc. Delegar funciones pronto se convirtió en batalla campal, divorcio y costos altísimos. Con todo, mis hijos aprendieron que así como funcionó nuestro hogar durante su infancia, no funcionará el que ellos construyan. Tardé demasiado en entender, pero finalmente logré corregir la enseñanza. Un beso, muy buena entrada, señora!
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