El alimento de mi hija hasta los seis meses fue la lactancia materna. Ahora tiene 10  meses y aún se lleva bolsas de leche materna a la casa de la nana. He sido muy afortunada porque hubo una mujer con amor suficiente para atender a mi hija, que ha hecho las labores que la abuela, por cuestiones de distancia y no de amor, no ha podido hacer.

Trabajo desde muy temprano, a las seis de la mañana ya estoy dando la teta, la niña llega a las 9 con la nana y después me voy a trabajar. Durante los primeros seis meses, cada tres horas tenía que buscar un lugar discreto donde masajearme la teta y sacar el sagrado alimento de mi mostrita. Más de una ocasión, cuando tuve la mala suerte de que la nana no pudiera cuidármela, llevé a la pequeña conmigo a mi trabajo, aún lo hago. Algunas ocasiones he tenido que sacarme la teta a mitad de entrevista y alimentarla mientras trabajo, en otras la chamaca ha estado colgada del fular con la teta en la mano y en la boca mientras yo tomo fotografías en algún evento relevante.

Aún así he tenido la suerte de que mis jefes comprendan la situación y me permitan llevar a la bebé a la oficina a redactar o a editar, he contado con la paciencia de mis compañeros para tomarla cinco minutos o una hora mientras termino mi labor. He sido afortunada, para la campaña del DF he sido una buena madre.

Pero claro que no ha faltado el funcionario municipal que me critique cada que me ve con la mostrita en el rebozo y trabajando “wey, hace mucho frío, tápala”, porque claro, necesito que el señor gobierno me dé su aprobación y entonces me sentiré una buena madre.

Mi amiga L, por el contrario, no dio de mamar. L siempre pensó que las mujeres que no daban pecho eran malas madres pero llegó el día en que MJ nació y al poco tiempo descubrieron que la pequeña era alérgica a las proteínas de la leche.

L tuvo que buscar entre muchas fórmulas maternizadas la que le  ayudara a continuar con el alimento básico para su hija, pero en la campaña simple del gobierno del DF, L está identificada como una mala madre que le dio la espalda a su hija.

No cuenta que L ha dedicado su vida, desde su embarazo, a cuidar de su hija, que dejó sus sueños y aspiraciones en pausa por amor, que dedica días enteros a jugar con la niña, a pasarse el tiempo despeinada y corriendo de un lado a otro detrás de la pequeña que empieza a caminar, nada de eso importa porque L es mala porque no le dio el pecho a MJ.

Qué simple la campaña ¿no? Lo que el gobierno, no solo del DF sino el federal no sabe, es que los índices de madres que amamantan no van a aumentar con carteles en los centros de salud y hospitales.

Esos niveles no aumentarán si no se crean políticas públicas encaminadas al cuidado integral del recién nacido y la madre. El gobierno federal debe garantizar que la lactancia puede ser establecida en las primeras horas de vida del recién nacido, que el personal médico está capacitado para auxiliar a la nueva madre en posturas y posiciones idóneas para facilitar el agarre, la succión y, por lo tanto, la alimentación del bebé. Debe tomar en cuenta todas esas recomendaciones de la OMS en las que se indica que el contacto piel a piel es fundamental para que el recién nacido estimule las hormonas encargadas de producir la leche.

Además, si el Estado desea que la lactancia se incremente, las guarderías deberían dejar de pedir a las madres que se retire el pecho, se debería contar con personal capacitado que pueda recibir lactantes menores de un año, se debería contar con centros de cuidado infantil en los centros de trabajo, se debería contar con un lactario que no sea un baño, el permiso de maternidad debería ser compartido y más largo y los permisos para amamantar, definitivamente no deberían ser de media hora por vez.

Pero también debería pensar en mamás como mi amiga L, debería proveer especialistas capaces de diagnosticar problemas con la lactancia y dar la mejor solución sin que comprar la leche para los bebés se convierta en el gasto más fuerte que realiza una familia de forma mensual, incluso más fuerte que la renta.

Y, en lugar de imponer modelos imposibles de alcanzar para el cuerpo de una recién parida, debería recordarle a la sociedad entera que los pechos cargados de leche proveen vida a un ser humano, que no hay nada sexual en alimentar a un bebé en el área de comida de una plaza comercial o en un restaurante. Debería hacerle saber a la sociedad en general que no es sano comer en el baño y no es cómodo comer con la cobija en la cara cuando hace calor.

Si tan sólo se trabajara en una política integral que redujera la percepción del cuerpo femenino como un objeto sexual, entonces la lactancia se podría llevar a cabo en cualquier parte y de manera libre.

Si el estado dejara de culpar y estigmatizar a las madres que no amamantan y se ocupara de informar y resolver los problemas por los cuales ellas deciden no amamantar o dejar de hacerlo, se tendría madres capaces de resolver las dificultades de una manera más eficiente y la sociedad estaría aunque sea un poquito, mejor.

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