Podría haber titulado este artículo como “la ignorancia del ruido”, pero preferí centrarme en lo que amo: el silencio, que es paz, que es presencia, que es conciencia. Sé un viejo cuento, para hacerlo corto diré que los carros cuando van de vacío hacen mucho ruido pero cuando van llenos hacen muy poco. Lo recuerdo porque lo aprendí cuando era niño en el pueblo de mis abuelos donde había carros. Ahora sé que las personas que están “vacías” hacen mucho ruido, en cambio las sabias muy poco.
Vivo en una ciudad muy ruidosa, de las que más: Barcelona.
Incluso tiene un festival musical que se llama, que ironía, Sónar. Por desgracia, tiene incontables festivales de música ruidosa y ninguno de meditación. También tiene ambulancias y coches de policía que “enferman” más a los sanos -que las soportan- que curan a los enfermos (el ruido de sus sirenas es altamente tóxico para la salud mental de los ciudadanos). Tiene además muchas motos y celebra su fiesta mayor con atronadores fuegos artificiales. El tránsito es infernal, día y noche debido a un uso del auto intensivo e irresponsable. Y la actividad municipal principal es abrir calles con martillos eléctricos y hacer obras y obras. El silencio es inédito en Barcelona, la ciudad del ruido. Si a esto sumamos el comportamiento de muchos ciudadanos: fiestas en casa al por mayor, conversaciones a gritos, dar voces en lugar de hablar, móviles sonando en todas partes, hablar a gritos en los restaurantes y cafeterías, televisiones a volumen de sordera, botellones, bares y terrazas en perpetua fiesta... No hace falta que diga que en nuestro país el silencio es caro y escaso. He comprobado como incluso el silencio puede resultar incómodo para muchos: en una conversación, en una charla entre dos personas, en casa, en medio de una mirada… Se rehuye el silencio, creo yo, para no enfrentarse al momento presente o para no conectar con el yo esencial. El ruido es una huida porque significa la muerte del ego. El ruido es un aliado de la inconsciencia.
Hay países que aman el silencio. En Suiza por ejemplo, a nadie se le ocurre en domingo arrancar su cortacésped o su taladradora porque respetan el día de descanso de sus conciudadanos. A la hora de comer, se detienen todas las actividades ruidosas públicas o privadas, para no molestar ese momento de recogimiento al medio día. En fin, son considerados, piensan en los demás, están bien educados. En Suecia, por ejemplo, las ambulancias no usan sirena, los autos poseen un dispositivo que les alerta de su proximidad para que se hagan a un lado. A nosotros, los que aquí abajo, en cambio nos gusta el ruido, cuanto más mejor. El latino es bien diferente también en esto. Soy un soñador y busco el silencio, el cual esta lleno de muchos sonidos, para salir de la irrealidad del mundo e ingresar en la realidad de la conciencia. En el silencio uno descubre como las hojas de los árboles se mecen al viento, el minutero del reloj marca su compás, y los pensamientos de la mente se ralentizan. En medio del silencio uno encuentra sonidos verdaderos que no tienen nada que ver con el ruido. Y uno es feliz como un niño en la placenta, y descubre que el tiempo se detiene en el silencio y se activa en el ruido.
Pero la cultura de ruido ha de sucumbir a su propia inconsciencia. Ha de caer por su propio peso. Algún día los médicos recetarán silencio para las enfermedades derivas del estrés crónico que son muchas. Muchos abandonarán los núcleos urbanos decepcionados. Creo además que dentro de décadas tendremos una generación sorda debido al abuso de los mp3, los coches eléctricos reducirán los decibelios en la calle cuando sean mayoría absoluta en las calles y el precio del petróleo sea tan alto que resulte ya impagable. Y muchos ayuntamientos, en la quiebra económica, es la próxima burbuja a estallar, dejarán de hacer obra pública por falta de dinero en sus endeudadas arcas. Sea como fuere, y mientras tanto, podemos reivindicar el derecho al silencio (sin contaminación sonora) como ya hicimos al pedir una ciudad sin humos para que las personas que vivimos en la ciudad vivamos la paz del momento presente.


Silencio.

Raimon Samsó

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