En una cultura occidental donde la belleza se relaciona directamente con la juventud, es suficiente ser joven para ser considerada bonita.
¿Y si ser joven no es suficiente?
Así me sentí en muchos momentos de mi vida, que los años que había experimentado hasta entonces no me alcanzaban para acceder a una sabiduría que me permitiera tomar decisiones y actuar en mi bienestar y el de los demás.
Recuerdo que había momentos en que mi juventud me estorbaba, deseando incluso parecer más madura de aspecto para hacer valer mi palabra. Y así me sucedió muchas veces, que ser joven y bonita me fue insuficiente para vivir la vida que quería, porque yo quería una vida donde siendo joven también pudiera ser sabia.
Pero para ser sabia tenía que dejar de ser joven, y si dejaba de ser joven entonces corría el riesgo de dejar de ser bonita, ¡¡¡Ups!!!
Por lo menos esa era la creencia que se le había ocurrido a mi testaruda e inexperta lógica, y así también me lo confirmaban los íconos de belleza de los medios de comunicación y publicidad que deambulaban por todo mi entorno, y que se caracterizaban por ser en su mayoría mujeres jóvenes y de preferencia muy delgadas!
Este dilema me acompañó por muchos años, hasta que un día el texto de un libro -del cuál no recuerdo el título- me ayudo a ver con otros ojos. En ese libro la autora explicaba que cada vez que cumplimos años se suma una nueva edad a nuestra experiencia de vida manteniendo al mismo tiempo las edades anteriores.
Por ejemplo, cuando una bebé crece y cumple 3 años e ingresa al kinder, en realidad en el interior de su ser sigue conservando la experiencia y la memoria corporal de todo cuando era bebé, y a los 3 años suma la experiencia y la memoria corporal de comenzar a ser una niña. De la misma forma esta niña cuando cumple los 13 años solo suma a su ser la experiencia y memoria corporal de comenzar a ser una adolescente, conservando así toda la experiencia de su ser bebé y su ser niña simultáneamente. Y así sucesivamente hasta incluir las etapas de mujer joven, mujer madura, y mujer anciana. Y lo mismo aplicado para cualquier ser humano.
Esta perspectiva del tiempo sobre la cronología del cuerpo y la edad de la mente me hacía ver lo importante que era celebrar un cumpleaños, que detrás de la algarabía y el gozo por recibir pastel y regalos estaba la honda necesidad de recapitular que tanto había aprendido y crecido por cada año vivido.
A mis 36 años de edad me encanta la idea de creer que conviven y co crean en mi una recién nacida, una bebé, una niña, una adolescente, una mujer joven y una mujer madura. Cada una con muchísimas experiencias de vida que se han memorizado en mi cuerpo en forma de huellas. Huellas que se manifiestan en marcas visibles y registros sensibles que le dan al cuerpo una auténtica belleza. ¿Te lo imaginas?, belleza pura expandida en el ciclo de mujer anciana!
En consecuencia, mi lógica de antaño se ha convertido en una intuitiva experiencia, y en el profundo sentido de que existen los “cuerpos sin edad” y las “mentes sin tiempo”, la conciencia que ocurre en el equilibrio del cuerpo y la mente se deja ver una gran verdad…
“Es posible ser sabia sin dejar de ser joven, y que entre más sabia soy mas bella me siento”
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