Eres feminazi,
Eres fifi.
Eres pejezombie.
Eres chaira.
Eres chairo.
Eres la otra.
Eres el otro.
Así empiezan las divisiones, la marginación, la persecución, las acusaciones, la polarización. Se minimiza, se discrimina, se persigue, se polariza cuando alguien, un grupo o un partido o los partidarios de una causa o una persona, se erigen como portadores de la verdad, de la bondad, del bien, de la razón histórica, de la visión única e inequívoca.
Cuando el diálogo en una sociedad deja de serlo y se convierte en una suma de monólogos, de acusaciones, de señalamientos, de insultos y no de ideas, todas, todos perdemos.
¿Qué sucede en una democracia cuando el discurso de odio, de discriminación por la razón que sea (género, raza, religión, preferencia política, nacionalidad) se convierte en la constante del discurso público y en el contenido del diálogo (si es que puede llamársele así), en el preámbulo de la persecución y la violencia?
México, lamentablemente, no tiene el monopolio de la intolerancia como herramienta de relación entre partes que piensan diferente. Lo vemos como una constante en Brasil, en Estados Unidos, en España, en Francia, en Alemania, en la India. Prácticamente en todo el mundo.
El derecho a expresarse y manifestarse es un derecho universal que todo el mundo debe, o debería gozar. La Declaración Universal de los Derechos Humanos establece que todas las personas tienen el derecho a la libertad de opinión y de expresión; éste incluye el derecho a mantener una opinión sin interferencias y a buscar, recibir y difundir información e ideas a través de cualquier medio de difusión sin limitación de fronteras. Qué paradójico resulta que hoy, en un mundo que puede conectarse, informarse y comunicarse en segundos y en donde las fronteras físicas están demostrando su porosidad creciente, las fronteras mentales se hagan cada vez más duras y nos impidan reconocer la diversidad que caracteriza al mundo. Doblemente paradójico, y frustrante, que estas fronteras mentales se encuentren al interior de los países y nos impidan tener un diálogo medianamente constructivo y propositivo cuando más se necesita.
La respuesta que generó la marcha del domingo no sólo en contra de la cancelación del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, sino de las diversas peticiones que se sumaron a esa solicitud, me pareció lamentable y un retroceso a la consolidación del diálogo al que toda democracia debería aspirar. “No tienen derecho a manifestarse”, “¿Ahora si les interesa cuidar sus bienes económicos?”, “Puros derechairos en la calle”. Ojalá que fuera la excepción en la historia reciente del país, pero lamentablemente no ha sido así, cada vez que las defensoras de los derechos de las mujeres salen a manifestarse hay grupos que les acusan de “Feminazis”, o cuando las y los defensores de los derechos humanos se manifiestan en contra de la violencia en el país, no faltan los señalamientos de “Ya pónganse a trabajar, huevones”.
Hay muchas causas que yo no comparto, o comparto las causas pero no los medios para expresarlas, y hay propuestas políticas por las que tampoco siento simpatía alguna, pero si algo es evidente hoy a finales de 2018 es que la libertad de expresión es necesaria en un mundo, en un país y en una realidad diversa y democrática. Nadie, absolutamente nadie, puede erigirse como portador o portadora de la verdad, por la simple y sencilla razón de que nadie la tiene. O nos acostumbramos a vivir en la diversidad o vamos a terminar repitiendo la historia del siglo diecinueve mexicano: liberales y conservadores matándose para llegar al poder y para definir con cada golpe y cada bala el sentido de la política y la verdad histórica.
Deberíamos preocuparnos más por fortalecer instituciones y procesos que garanticen la libertad de expresión, el respeto en medio de la diversidad, procesos judiciales justos, el estado de derecho, la transparencia y el combate a la corrupción (¿o deberíamos empezar a llamarle fortalecimiento de la transparencia y la rendición de cuentas para dejar de acostumbrarnos a la palabra corrupción?) que por definir quién tiene el derecho a manifestarse y quién no.
México es un país dividido, nos guste y lo aceptemos o no, y vamos a tener que convivir millones de personas con visiones y puntos de vista no sólo divergentes sino diametralmente opuestos. ¿Quién tiene más derecho a expresarse, quien votó por un partido, un candidato o una idea que quién no? Esa ni siquiera debería ser una consideración, cada persona en este país debería tener la certeza de que piense lo que piense, existen instituciones -no personas ni partidos- que garantizan su derecho a expresarse y a decir lo que piensan y que existen procesos y procedimientos en la administración pública y en el gobierno que garantizara el respeto a la ley y el estado de derecho. Por eso sí deberíamos desgañitarnos y dar la batalla, no porque las personas que piensan diferente a uno nos caen mal o simplemente no las entendemos ni queremos hacerlo.
Mientras sigamos anteponiendo adjetivos y descalificaciones a ideas y propuestas, seguiremos dando las batallas equivocadas. No nos equivoquemos, la alternancia en el poder es para construir un futuro para todas y todos, no para tener el monopolio de la eliminación y la destrucción de lo diverso.
@LaClau
Artículo publicado originalmente en Animal Político el 15 de noviem...
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