Desde que era niña quería ser niño, salir a jugar a la calle sin el temor constante de que me llevara el hombre del costal, o ensuciarme los preciosos vestidos que mi abuela se empeñaba en mantener limpios y los cuales juré eliminar en cuanto creciera para cambiarlos por prácticos pantalones para poder correr tranquilamente, y cuando crecí también me crecieron otras cosas que me obligaron a quedarme quieta para evitar movimientos extremos que atrajeran las miradas.

El mundo de los hombres me estaba vedado y solo podía verlo a través de mi abuelo y mis tíos. Al ir a un colegio de monjas y niñas bien, jamás vi jugar a niños de mi edad, ni supe de su existencia hasta ya entrada en la adolescencia, en ese entonces juraba que me embarazaría de tan solo verlos, y que me abandonarían con el crío en brazos convirtiéndome así en la vergüenza de la familia.
Lo que me gustaba de ellos era la ligereza con la que se tomaban la vida y esa forma de andar por el mundo como unos verdaderos salvajes, posiblemente un poco más ajenos a las cantaletas repetitivas de lo que como hombres tenían que ser, no así yo, que me decían hasta el cansancio que "las niñas bonitas no lloran, no se ensucian, no gritan, no se suben a los árboles...", y una carretera infinita de las cosas que no hacen las niñas.
Todos esos "no" venían con una terrible consecuencia, cada una de ellas preciosamente aderezada con el velo de la vergüenza y la culpa, luego entonces, conforme crecía estaba tan segura de que si pudiera pedir un deseo sería el de orinar parada en la calle sin que me llevara el hombre del costal y con la completa libertad de exponer un pene a la luz del sol, cosa impensable para una vulva que debía ser reservada religiosamente para el momento del matrimonio.
Fui mirando a los hombres como esos entes libres que hacen lo que sus huevos quieren, con la única consiga de cuidar y proveer a la que podría ser su mujer, los vi como aquellos que abandonan si una cede a los placeres del cuerpo, (por fáciles, dicen) y si una no cede también emprenden la graciosa huida (por apretadas de su calzón, juran) y si hay consecuencia de nueve mese también corren (por no cuidarse, señalan), Luego entonces, también quería ser como ellos por tener esa facilidad de poner los pies en polvorosa y simplemente desaparecer como los magos.
Veía a mi abuelo y a mis tíos llegar del trabajo, venían en silencio o con sonoras carcajadas y a ellos no les decían nada por reirse fuerte, ni por ser groseros, o por optar mantenerse en silencio y detrás de ellos una mujer, en este caso mi abuela, que con muinas y todo procuraba hasta las fronteras de humanamente posible, tener a mi abuelo y a sus hijos "varones" contentos y en paz, jamás los dejó pararse por una tortilla y parecía que su única misión en la vida era la de tener a sus hombres contentos, mientras ella se debatía entre comer su sopa fría y esa labor incansable de pasar cualquier cosa para evitar que los demás de paren de su silla mientras comen.
Todo eso mientras mi madre pagaba las consecuencias de haber decidido enamorarse libremente para al final pagar con sacrificios cada uno de sus tres errores, dejada a un lado de los beneficios de la familia y trabajando arduamente en lo que fuera para sacar adelante a las hijas, la vi llorar bajito algunas veces mientras trapeaba o tendía la ropa, entonces también quise ser hombre, y más adelante nos imprimió en la cabeza la idea de que jamás de los nuncas nos atendríamos a un masculino; así, nos enseñó a poner focos, a ser desconfiadas y a caminar con pies propios.
Entonces, pasé los últimos 34 años de mi vida enojada con mi feminidad y con la sangre que llegó tardía pero certera, exponiendo mi ser mujer ante un grupo de niños bulliciosos y marcando el final de mi infancia, prendiendo en luz neón los focos de advertencia de mantenerme lejos de ellos a como diera lugar, también por esos tiempos deseaba con la efervescencia de mis hormonas de adolescente, tener un bonito par de huevos.
Muchos años me empeñé en olvidar por un momento mi sangre que corre puntual cada mes desde dentro de mi ser, recordandome recurrentemente que soy mujer y que "hay que ser fuerte como las mujeres" y soportar con cara de virgen María cada una de las vicisitudes que nos manda el creador.
Lista y pronta para atender, servir y dar, para ceder, y callar, para estar siempre detrás de un gran hombre, porque ya se sabe, que "siempre tras de ellos hay una gran mujer", aunque una luche con garras y dientes, en completa discreción, para nunca estar detrás de un hombre y recorrer los propios  caminos aunque ello me costará la soledad.
Entonces llegó el hijo y cedí mi útero a un pequeño habitante, me florecieron las estrías, se me esponjaron las carnes y los senos cayeron con el estrépito de los mercados de valores ante las alzas del crudo para jamás retomar su lugar, y luego yo era la que servía al marido y al hijo y la que cedía y cedía su lugar en el mundo para lograr que los demás encontraran el suyo, también por esos tiempos quise ser un varón.
Luego, llegó la separación y la urgencia de cumplir la profesía de mi madre, valerme por mi misma y jamas dejar de caminar mis propios pasos, llegaron entonces lunas solitarias y lágrimas sin destinatario, deseos atrapados y sueños reprimidos, llegaron también amores y promesas nuevas, pero ya por esos tiempos mi credulidad se había extinguido como los dinosaurios y lo único que quería era dejar las faldas para dar paso a los pantalones, negar mi feminidad y comportarme como un buen macho.
Así, aprendí a llevar las riendas de mi casa y de mi vida, pagar las cuentas y reirme sonoramente sin que nadie me mirara, abrirme yo sola la puerta del auto, ir al cine o a un concierto sin compañía y acostumbrar a mi familia y amigos a que siempre llegaría a todos los compromisos acompañada por mis propias manos y me empeñé tanto en hacerme crecer la hombría que lo logré.
Dejé las faldas mentales y de pintar corazones rosados en la pared, dejé de creer y también de sentir, por esos entonces enarbolando mi miembro imaginario como una bandera de victoria, sin saber que negarme como mujer me acercaba incluso más a serlo, me mantenía en el limbo de lo que se es y lo que se debe ser y en una guerra constante contra el espejo, la sociedad y mis amores.
Al final todavía estoy en el proceso de aprender que no se trata de dejar las faldas, ni los sueños coloridos, tampoco de andar por el mundo con los huevos imaginarios en la mano, ni pretender fortaleza e impavidez, ni siquiera de dejar de reír fuerte ni de llorar quedito cuando nadie nos ve, se trata de reconociliarnos con nuestro sexo y al parecer eso solo se logra a través de reconocer al sexo opuesto.

Twitter: @Miss__Ovarios
http://mariangel-elovario.blogspot.mx/

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Comentario de Gabriela Bernal Calderón el enero 23, 2015 a las 4:43pm

Miariangel me encantó y me identifiqué muchísimo; en mi caso cuando estaba embarazada pedía a Dios que no fuera niña. Tengo dos  varones que han visto como su mamá se ríe a carcajadas, llora con un profundo dolor y viste de fortaleza su entorno.

Comentario de dulce maria esquer vizcarra el enero 23, 2015 a las 3:07pm
Me encanto!
Comentario de Rita Elena Castelan Hernandez el enero 23, 2015 a las 8:28am

gracias, muchas gracias Mariangel

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