De todos los muchos minutos que tiene cada día los trayectos son solo míos,  durante mis caminos estoy cada segundo pendiente de mi y hasta puedo ver los pensamientos que le nacen a mis suspiros.

Selecciono la música,   vuelvo a evocar nombres que solía recordar, sensaciones que creía entre los escombros de la monotonía,  imágenes que adivinaba difusas por el tiempo y cierro los ojos, los volteo para que miren lo que hay dentro de mi.

Cada mañana de lunes, pasadas las seis, me trepó a un trolebus y si he de esperar que pase uno vacío lo hago paciente, inventandole vidas a la gente que miro, pronosticando sus destinos,  leyéndoles las miradas, y algunas veces hasta me da por escuchar conversaciones ajenas nada más para corroborar que hay vidas mas miserables que las de uno.

Y ya cuando al fin pasa un trolebus vacío busco el lugar perfecto y  me siento ahí,  en un rincón donde me de el sol y pueda ver la Plaza de las Tres Culturas,  el ex edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores que durante las noches se viste de azul y rojo y se muestra desnudo y desvergonzado a quienes llegan a la capital trepados en un avión.

Soñar con mi grandeza cada que paso frente la Torre Latinoamericana,  admirar los entramados del Palacio de Correos y sentir el frío que emana de los muros marmoleados del Palacio de Bellas Artes y contemplar a los vagabundos que duermen tranquilos en las puertas de las tiendas y a algunos retadores de la noche y sus vicisitudes.

Y me dejo llevar, como cuando las niñas pequeñas se dejan guiar entre sueños suavemente a la cama por su mamá y se sienten tranquilas y seguras,  confiadas en que siempre, indefectiblemente, llegarán a su origen.

Mirando cada semáforo en verde, rojo y amarillo, soñando con la vida que renace cada mañana en todas las casas que veo, pensando en cuál podría o no vivir,  descifrando los deseos de los perros y percibiendo los colores de la vida.

Y descubrir con la mirada de los niños pequeños  que lo fundamental no siempre es el destino y ya no importa si voy a una fiesta o al trabajo porque me miro las ojeras en los reflejos de las ventanas,  porque me reconozco en las miradas ausentes de las personas y porque se que de pronto nadie dice lo que sus miradas lloran.

Y mis trayectos me dan respuestas mientras los semáforos en la calle me recuerdan que cada período de tiempo es importante avanzar,  quedarse o mantenerse alerta y saber que invariablemente a cada respuesta le nace otra nueva pregunta y solo espero el momento de emprender el camino para volver a empezar mi danza de cuestionamientos en su eterno devenir sin pensar en mi origen o destino, sino en ese momento mágico en el que el bamboleo del camión acompaña con sus compases cada uno de mis latidos.

Twitter: @Miss__Ovarios
http://mariangel-elovario.blogspot.mx/

 

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