Otra vez la madrugada, no tengo con quien hablar y me limito a pasear por la casa mirando por las ventanas cuántos vecinos hay despiertos, solo veo una luz o dos, de ahí en fuera todo es obscuridad y silencio, los de arriba no trasiegan cosas como si no hubiera un mañana y la fiestosa del tres terminó hace pocas horas la fiesta con bombo y gemidos con algún novio en turno en la puerta de mi casa.
Y yo estoy aquí, pensando la última vez que dormí con alguien, se lo he preguntado a mi cama y tampoco lo recuerda, ella es más parca que yo, así que de nada vale cuestionarle por algún nombre, solo sé que se alegra de saber que ya desde hace algunas lunas solo tiene que soportar el peso de mi cuerpo y guardar entre sus pliegues solo algunos de mis sueños que también ella reconoce como propios.
Las dos estamos acostumbradas a vibrar a eso de las tres de la mañana, cuando me despierto con un susto entre los pulmones y miro el reloj sabiendo que ya es la hora del cigarro sentada en el retrete y de los paseos sin destino evidente por el pasillo de la casa, en el que el único sonido es el de mis pies aferrándose al suelo, recordando las frialdades de una casa sin ruido, haciendo de mis propios pasos una fiesta seca, sin ecos.
Luego, vuelvo a la cama, busco alguna posición que no lastime mis sueños, boca abajo o boca arriba, del lado derecho o del izquierdo, en posición fetal o de mortaja, toda tapada o sin tapar y los ojos siguen abiertos, buscando entre las penumbras algún recuerdo en la memoria que haga que vuelva dulcemente al mundo de los sueños, pero nada regresa y mi cama, sigue vacía.
Ya después el insomnio me trae recuerdos de noches en compañía, de luchas oníricas por las cobijas y lunas compartidas, de paseos en la penumbra buscando ropas, globos o tragos, de brazos y piernas entrelazados, palabras enrevesadas, risas bajo las cobijas y amores salvajes que hacen que cualquiera vuelva a soñar.
Pero esta noche y muchas otras tantas solo me limito a mirar por las ventanas, esperando que vuelva la luz del día y se cuele el calor de entre las persianas y me pegue en los hombros y solo así, con ese calorcito ajeno, poder volver a dormir y sentirme nuevamente dueña de mi cama y los sueños y pesadillas que guarda, pero pasan los minutos tan largos como cada una de esas ausencias y el sol no aparece, el frío se hace evidente y no hay par de calcetas que logre calentar mis pies.
Y vuelven los cigarros a la boca, uno por cada beso que no he dado y que a la luz del día me niego a dar porque hay una imagen que cuidar, la de mujer fuerte e independiente que nada con vejigas propias, la que le teme al final de la quincena, a los amores falsos y a las injusticias del mundo, esa que de día anda con luz propia pero que de noche teme a la oscuridad, a los ruidos raros y a ese maldito insomnio que le acentúa cada noche las soledades.
La mirada se posa entonces entre el reloj y las persianas, el sol sigue sin aparecer y la distancia que pasa entre un minuto y otro es tan inmensa, los párpados no ceden e insisten en traer de vuelta las noches de pies calientes y sudores compartidos, de dedos paseando discretos en las espaldas desnudas, de los cabellos revueltos y los ojos sinvergüenzas que hinchados anunciaban insomnios gozosos, no como este en el que el frío se cuela entre las entrañas amargas y vacías.
Y la cama se vuelve una pista de baile y las vueltas del cuerpo entre las sábanas lo confirman, de nada vale salir de ahí, el clima afuera es más hostil, más paralizante al lento paso de los minutos, y las sombras de la noche no cesan de bailar en el resto de la casa, el paseo por el pasillo ya no es una opción y llegan los temores en tropel, el miedo que todas las noches sean así o ese de no volver a dormir jamás aferrada más que a unos brazos o a la ilusión de que con eso se alejen las noches abrazando solo mis rodillas.
Pasan los minutos que se vuelven horas y viceversa, ya la falta de sueño se instaló en un rinconcito del alma y se le empieza a mirar con cariño, como parte de una misma y se le cobija, poco después los pajarracos negros, esos que todo mundo confunde con cuervos, comienzan a graznar despertando así a los demás que comienzan a cantar celebrando el anuncio de la pronta llegada de la mañana.
Poco a poco el nuevo día comienza a tener un sonido, los camiones y vehículos varios reaparecen en el mapa sonoro y la luz azul comienza a asomarse cínica entre las ventanas, entonces los párpados ceden, ya no hay pesadillas qué temer cuando el día las cobija y es quizás por eso que prefiero soñar de día.
Twitter: @Miss__Ovarios
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