Mientras los vecinos cantan en lenguas etílicas y enredadas alguna de Vicente Férnandez y el frío extremo adivina la pronta llegada del sol, los propios pies, aún llenos de las tierras de los sueños, buscan inconscientes ese otro par de extremidades para segundos después comprobar que el otro lado de la cama continúa vacío.

Se cierran los ojos para reanudar más por fuerza que por ganas el camino de los sueños, aún queda un par de horas para viajar entre las aguas submarinas del inconsciente, para sentir un poco menos una casa llena de ausencias.
Y los días de descanso son los más difíciles porque llegan todos los fantasmas, así como el momento exacto en el que empezaron a serlo, se extrañan las ausencias y se las puede acomodar por orden de aparición, ocupación y recurrencia de pensamiento.
Hay días así, en los que toca recordar para buscar entre los pensamientos alguno de esos pasados fundamentales que necesitas para rearmar alguna necedad actual.
Entonces llegan los recuerdos, como esos chubascos incipientes que al poco rato se transforman en tormentas, y se mezclan de tal manera que  ya no se saben los pequeños detalles ni el autor de los mismos porque todos confluyen en una sola y homogénea nostalgia.
Así, se tiene que hacer un esfuerzo para recordar el nombre de aquel que tenía un gato gris que te daba miedo y que prometió el mejor septiembre de tu vida, o a ese al que le gustaban las canciones tristes y el mes de abril, o a el que jugaba con su llavero durante el rojo de los semáforos, o esos tantos otros que evocas mientras te bañas o vas en el metrobus.
Y se extraña no solo "esa" mirada de alguno al que muy seguramente amaste, sino todas esas veces en las que te apartaron el cabello de la cara, en el que un par de ojos se cruzaron sin querer con los tuyos y sintieron que se reencontraron.
Se echan de menos todas las caricias cuyo remitente deja de importar, porque con el paso de los años se abrazan todas ya que cada vez son menos constantes, menos fluidas y más, mucho más complicadas porque así como se te empiezan a caer los senos comienzan también a descender las esperanzas.
Son días en los que se extrañan las cosquillas, los abrazos apretados y seguros, las manos juguetonas y todas las sonrisas de después de hacer el amor que pueden caber en el mundo, las certezas efímeras y las mañanas tranquilas, templadas y carentes de culpas.
Se echan de menos los amores fáciles y bien explicados, en los que las reglas están claras y la fecha de caducidad siempre esta bien visible, son esos días en los que extrañas no un nombre ni un apellido, sino esa manera de despertar sin sobresaltos y con el corazón y los pies bien bien calientes.

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