Y su mano tocó aquel corazón en el que alguna vez supuso que se alojaron sus sueños y humedades, en el que pensó que quizás podría quedarse a vivir al menos un día, aunque eso ya jamás lo sabrá, como tampoco sabrá muchas otras cosas de ese que le ocupó el hipotálamo sin pedirle permiso.
Cerrar círculos, liberar todos los suspiros atorados, sin esperar palabras que explicarán aquel cuento de ciencia ficción, era tiempo de cortar el listón que la mantenía unida a ese tauro al que a pesar de todos sus esfuerzos llevó atrapado muchas lunas en el puño de su mano.
Sin querer soltarlo, pensándolo cada vez menos en  sus noches llenas de luces y de gente, le gustaba la idea de que algún día ese cuento de suspenso se convirtiera en uno de hadas, aunque en realidad supiera que ese al que amó en silencio muchas veces jamás sería un príncipe y ella tampoco sería una princesa.
Y miraba cada mañana la calle en la que la inyección de aminoácidos la llevo a la colocación de este hombre más allá de los tejidos adiposos para instalarse por un buen rato entre sus entrañas y sus sueños.

El tiempo dio paso a las palabras y las palabras a los besos y los besos a los amores fortuitos y desvergonzados en algún rincón de la capital mexicana, después, como en la mayoría de los vertederos emocionales llegaron las palabras atoradas para terminar con los silencios.
Llegaron las preguntas y con éstas las tormentas en los ojos que al final derivaron en los adioses implícitos, a las ausencias sentimentales y al transcurrir de los días se les soltaron las esperanzas, así como años atrás habían dejado caer las ropas y los prejuicios con la sala de espera llena de gente, mientras ellos pretendían compartir sólo fluidos, cuando en realidad intercambiaban sus sueños.
Se les había escurrido el juego de las manos, ninguno estaba acostumbrado a perder y aún así soltaron las piezas, huyeron hacia el resguardo de lo cómodo y lo cotidiano y cada uno juró en silencio que aquello no había sucedido y continuaron con sus vidas.
Pero era tiempo ya de guardar el tablero y de decir todas esas cosas que jamás se habían atrevido a decir y por primera vez se miraron a los ojos y se tocaron los corazones y dijeron con miradas todo eso que se negaron a decir durante todos esos años de ires y venires constantes.
Y siempre es difícil decir adiós, recoger las canicas e ir a jugar a otra parte, pero hay juegos así, en los que es mejor asumir una derrota que morir pensando en que quizás si los astros se hubieran juntado, si las guerras hubieran terminado y el cambio climático no fuera una realidad, entonces y solo entonces podrían ganar.

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