Muchas mujeres viven dentro de cada mujer, cada una llena de voces y formas tan diversas que apenas reconocen entre sí cada  palabra cuando se les ocurre expresarla al mundo.

Está la voz sabia de la mujer madre, preocupada por el pasado, el futuro y el presente, llena de temores y certezas, que le mira a su vástago con paciencia cada centímetro que le crece,  que está, no siempre,  dispuesta a mitigar los golpes de sus hijos e igual les vaticina una gripa que un descalabro emocional.

Existe la voz de mujer soltera, libre y pasional que lo mismo rechaza al partido soñado por su madre, que a aquél que hace que los calzones se le humedezcan como una noche de verano, por el puro gusto de sentir el control cada una de sus exhalaciones y ese tropismo bendito de tener siempre la razón.

Vive a veces dentro de cada mujer la voz sumisa, necesitada de cariño y de un ente elegido al azar que le llene sus vacíos,  la que dice: -si mi amor como tu quieras-, por la necesidad imperiosa de no contar borregos sola entre unas sábanas que jamás se calientan por sí mismas y requieren,  como se lo ha dicho la sociedad y las buenas costumbres,  de cuatro brazos y piernas que hagan que los vapores emanen como por arte de magia.

Las diatribas constantes de la mujer independiente,  en la que en soliloquios verborreicos trata sin éxito de convencerse a sí misma que es mejor caminar sobre cada uno de sus pasos en lugar de buscar perseguir en vano algunos pies ajenos que la lleven, como otros tantos, al abismo de sus soledades y la hagan compartir,  si, otra vez, su llanto con los ecos vacíos de su almohada.

Habitan dentro de cada hija de familia educada en escuelas de monjas piadosas,  los sonidos guturales y groseros dignos de un cargador del mercado de la Merced, en la Ciudad de México,  que lo mismo gritan un sonoro "pendejo" al microbus que se les cerró en la mitad del tráfico,  que un "me marcho porque ya no me haces feliz", al futuro ex marido de mierda que probablemente,  una vez más,  se tiró a alguna mujer o le pisó nuevamente sin ningún miramiento alguno de sus reclamos bien fundados.

A veces salen grabadas a fuerza de horas nalga mirando televisión en la infancia, las voces de las princesas de los cuentos de hadas, esas que buscan una historia con finales felices y pequeños pájaros blancos sosteniendo cintas impolutamente blancas justo frente al altar adornado de olorosas flores de azahar,  esos sonidos que pretenden,  porque ya no hay nada más en que creer, que la vida tiene deparado un destino igual de mágico para cada mujer.

Hay también algunas voces que sólo se escuchan por temporada, que llegan a gritos y por todas partes como las ofertas, vienen tentadoras y advierten el peligro inminente de una vez más romperse en pedacitos y estrepitosamente,  como un espejo que augura otros siete años de mala suerte, como el tañir vertiginoso de las campanas de una iglesia de pueblo anunciando la muerte de alguno de los parroquianos.

A veces, sino es que a cada minuto, cuesta trabajo escucharlas a todas en el momento preciso, para saber a ciencia cierta cuál camino tomar,  y muchas otras ocasiones salen a jugar todas las voces menos la necesaria para alguna específica ocasión y es entonces cuando se llora en lugar de sonreír, cuando se abraza en vez de golpear, cuando se calla en lugar de gritar.

Viven todas acinadas entre lo que  una cree políticamente correcto,  fluctúan entre lo que debe ser y  entre las inmensas paredes del qué diran o qué sentiran los demás, y dentro de cada cabeza tejen historias que sucedieron pero que nunca cuentan por ese miedo patológico de no encajar en el mundo que la sociedad inventó para ellas,  por el terror de verse señaladas por uno o muchos dedos que disparen culpas que nacen desde por debajo de las uñas y se expanden como un cáncer por todo el cuerpo.

Y cantan todas al unísono cuando una va directo al precipicio,  finalmente se ponen de acuerdo y emiten un NO contundente y sonoro, exponen ordenadamente cada argumento y son capaces de prever un posible resquebrajamiento de alma, pero también pasa que estamos tan acostumbradas a pretender que somos nosotras quienes tenemos al mundo en las manos y no las voces que viven dentro de nuestra cabeza, que nos negamos a escucharlas y ya en desbandada con el alma y el corazón en picada hacia el precipicio,  volvemos a decir,  como tantas  muchas veces, el clásico "me hubiera hecho caso".

Twitter: @Miss__Ovarios
http://mariangel-elovario.blogspot.mx/

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