Este es el día de la necesidad de los abrazos

A veces los abrazos son como esta necesidad de solo correr a buscar un calorcito conocido para recordar cómo era sentirse viva y con la cabeza llena de estrellas.

Buscar unos brazos cotidianos, como quien harto de los insomnios corre a la cocina con los ojos llenos de esperanza por encontrar algo rico y calientito que pueda comer a hurtadillas y sin ninguna clase de resentimiento.
Y hay abrazos que despiertan, ya no los amores por supuesto, pero si ese recuerdo de escuchar el latido fuerte de tu corazón, de volver a sentir esa magia de percibir como la alegría se desparrama desde cada poro del cuerpo.
De poner las orejas en el corazón del otro y escuchar esos ajenos latidos palpitar haciéndole compás a los tuyos, formando melodías que nada tienen que ver con creencias ni ideologías, tampoco con dolores antiguos y nuevos, por el solo gusto de hacer música al ritmo de ese músculo que devuelve a cada minuto la vida al alma.
Y caminar escuchando cada sonido de los pasos, con la certeza de que éstos irán a un destino directo y sin retorno a  unos brazos conocidos y que aunque siempre vayas con este miedo incesante de un día ya no encontrarlos más te terminan colmando el alma de rayitos de sol.
Así son los abrazos, calditos de pollo con los que te curaba tu mamá igual las gripas que los dolores del alma, y por un momento piensas que siempre los tendrás, pero llega la serie de días en los que nadie te abraza y es entonces cuando extrañas sentirte guarecida en unos brazos ajenos  los tuyos.
Y es cuando andas caminando por el mundo con una joroba más grande que la de los camellos, con los bracitos muy rígidos, sin ninguna capacidad de aferrarse a cualquier cosa viva.
De pronto también te enteras que eres incapaz de soltar un abrazo por la idea aferrada de que se te irá la última energía en ellos y aún así llegan discretos.
Y una noche te encuentras siendo abrazada en la mitad del circuito interior, en la Ciudad de México, con los cabellos llenándose de lágrimas, mocos y babas; con los ojos pletóricos de una especie de bruma atorada a punto de ser liberada.
A cuentagotas llegan otros más y de pronto estás un lunes en la noche siendo abrazado por quien menos esperabas, platicando de cosas infinitas, reconociendo un terrero años atrás descubierto.
Sabes entonces que los abrazos son bien necesarios, cualquiera en esos momentos es bien recibido, ya no importa si es de quien menos consideras prudente, sino solo por sentir el alma un poquito caliente.
Si no se reciben a tiempo se enfría el alma y cada músculo se va entumeciendo de poco en poco, sin darte tiempo de percibir cuándo fue que quedaste tieso de frío y sin la posibilidad de darte la vuelta atrás para regresar a la vida.

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