El sol y el aroma a fritanga se colaba por entre las ventanas que meses atrás habían reflejado sus cuerpos, nuevos, brillantes y sin historias, les rozaba las pieles y les sustituía los calores que semanas atrás habían dejado de nacer de entre esa cama.

 
Ahí habían pasado horas disfrazadas de cabriolas entre aquellas sábanas lisas y llenas de vida, ahí se habían ido contado poco a poco sus secretos, entre esos pliegues habían elaborado guiones de películas que muy probablemente jamás se proyectarían.
 
La misma cama que meses atrás los había abrazado como se abraza a una peregrina ilusión advirtió esas melancolías adelantadas y ahora los despide, adivina fuertes vientos en el corazón y los cobija, pero sin darles el calor suficiente para que otra vez se vuelvan a sentir tan cómodos como para quedarse.
 
Y con el sol como espía de sus lujurias, los gemidos gozosos ocultaban sin prisas el espanto de las próximas despedidas, iluminaba las caras, develaba verdades que flotaban en el aire, tan evidentes que ninguno de los dos se atrevía a verlas de frente.
 
Con las manos entrelazadas como en otros tiempos para ver si así era posible conectar con la magia, con los secretos recién desgranados y los cuerpos una vez más recorridos llegan esas certezas de que esta vez sí será la última.
 
Primero se despiden las piernas y prometen no volver a caminar más al lado de ese otro que ahora se dibuja ajeno, luego dicen adiós las mariposas en la panza, anunciando que emigran a tierras lejanas en busca de calor, luego lo hace el corazón, que encobijado y con cara de enfermo por enésima vez ya al menos tiene la sabiduría de que pronto habrá de mejorar.
 
Luego están los brazos que anuncian a los cuatro vientos su partida, argumentan mayor ligereza sabiendo bien que muy en el fondo pronto les llegarán las nostalgias, la cabeza fue la primera, pero siempre también la última en dejar de preguntarse en voz bajita que fue lo que pasó.
Y esa última vez, cuando el sol da paso a la luna y el cuerpo vibra, se le derraman los consabidos fluidos, sistemática y ritmicamente, conscientes de que esa, tu piel, no volverá despertar pegada como el sarro a las llaves del agua a ese cuerpo que muy seguramente en ese mismo instante ya también se estaba despidiendo.
 
Con la llegada de la noche las ropas vuelven a cubrir los cuerpos desnudos, el pantalón se pone de la misma manera, con ese brinquito que asegura unas nalgas bien torneadas, luego los zapatos y los aretes, el abrigo y la mirada escaneando por última vez ese lugar, como para asegurarse de haber recogido todos y cada uno de los trozos del corazón para así no tener ningún pretexto para volver.
 
Llegan las palabras amables pero frías, anuncian, como la llegada de cualquier crudo invierno, que es tiempo de decir adiós, se dicen cosas al vuelo y flotan promesas efímeras como las luces de bengala con las que juegan los niños en navidad, se arrastran los "nos vemos pronto", "que estés bien" y te quiero mucho, pero son los ojos los que con una mirada directa e infinita hacia las pupilas del otro dicen un certero adiós, con la esperanza de que esta vez si sea la última.

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Comentario de Mariangel Calderon el enero 11, 2016 a las 9:18am

Gracias Martha! Si, que vengan muchas cosas buenas para nosotras. Una abrazo.

 

Comentario de Martha Cisneros el enero 8, 2016 a las 5:37am

Mariangel aquí leyendote este inicio de año, paso para desearte buenas letras y buenas vibras así como disfruto tu relato de la última vez, buen día!

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