Llevo tiempo observando un fenómeno curioso: mujeres que escriben con cautela, como si tuvieran que demostrar que lo que dicen es “auténtico” y que no hay ninguna herramienta detrás.
Y aquí quiero ser clara: la inteligencia artificial no es el enemigo.
El problema aparece cuando dejamos que el miedo a “parecer artificiales” nos reduzca, nos haga suavizar nuestro estilo o desconfiar de nuestra propia capacidad.
La tecnología está aquí y puede ayudarnos muchísimo. Pero eso no significa renunciar a lo que nos hace únicas.
Cada vez hablamos más de transparencia y menos de libertad.
Como si usar IA fuese algo que hubiera que ocultar.
Y no. La IA puede ser una herramienta valiosa: nos da ideas, nos ayuda a estructurar, nos recuerda cosas que se nos escapan.
Pero la parte esencial sigue siendo nuestra mirada, nuestra intención y nuestra experiencia.
El riesgo no es que usemos IA.
El riesgo es que dejemos de escribir como somos por miedo a cómo se interpretará. Y ahí es donde tenemos que poner la atención.
Me preocupa ver a mujeres recortando frases, evitando palabras que les encantan o rebajando su tono para no levantar sospechas.
Como si tener una voz clara y bien trabajada fuese “demasiado”.
El estilo no nace de una herramienta.
Nace de una trayectoria, de lecturas, de vivencias, de conversaciones, de años afinando la manera de decir las cosas.
Ninguna IA puede replicar eso.
Puede acompañarnos, sí. Pero no sustituirnos.
Y, desde luego, no debería intimidarnos.
No creo en el discurso de “o escribes tú sola o no es válido”.
Creo en algo más realista y más sano: usar la tecnología de manera consciente.
Igual que usamos un corrector ortográfico, una libreta, una formación, una plantilla o una conversación para aclarar ideas.
La IA es una herramienta más.
La diferencia está en quién toma las decisiones.
La IA puede ayudarnos a escribir mejor, a organizar ideas, a explorar posibilidades.
Pero la intención, el criterio y la coherencia siguen siendo nuestras.
Mientras eso se mantenga, nuestra voz sigue intacta.
Lo que realmente nos merma no es la herramienta, sino la mirada externa que juzga sin entender.
Esa sospecha de “esto está demasiado bien escrito, seguro que hay una máquina detrás” no dice nada de nosotras.
Dice mucho del desconocimiento sobre lo que significa escribir con dedicación.
Necesitamos recordar que nuestra claridad no es sospechosa. Es fruto de trabajo.
Y es un valor, no una amenaza.
La tecnología seguirá avanzando, cambiando y desafiándonos.
Pero podemos decidir cómo convivimos con ella.
Podemos usarla sin escondernos.
Podemos integrarla sin diluirnos.
Podemos construir con ella, no contra ella.
Y, sobre todo, podemos seguir expresándonos con libertad, sin renunciar a lo que nos hace reconocibles.
La voz no se pierde por usar una herramienta.
Se pierde por miedo.
Y nosotras no hemos llegado hasta aquí para escribir con miedo.
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