Envejecer con libertad: un acto disruptivo
por
Claudia Calvin Venero
En mi cuenta de Instagram me encanta poner videos e imágenes de mujeres añosas que desafían estereotipos. Hace poco volví a leer diversos comentarios sobre un post que publiqué de Jane Fonda y de otras mujeres famosas que se han dejado las canas. Observo que casi siempre se repite la misma dinámica: unas voces dicen “¡qué valiente, qué bárbaro, qué buena onda!” porque desafían la narrativa de Hollywood y otras responden con el clásico “pues claro, con ese dinero cualquiera”. Entonces pienso: “Caramba, no. No es un tema de dinero. Es un tema de actitud.”
¿Cuántas mujeres millonarias conocemos que, aun con todos los recursos, cargan con una actitud de viejas desde que son jóvenes? Por el contrario, ¿cuántas mujeres que no tienen esas fortunas viven con una energía que rompe estereotipos, con ganas de aprender, de innovar, de probar cosas nuevas? Ahí está la diferencia.
Porque lo que hay detrás no es la biología ni la genética: es la cultura. La edad no es una condena biológica, es una construcción cultural. Nos han repetido hasta el cansancio que después de los 45 dejamos de “valer”, que los hombres con canas son guapos y las mujeres con canas somos dejadas y nos vemos viejas. Esta sociedad gerontofóbica y patriarcal insiste en ensalzar la juventud y en invisibilizarnos a nosotras cuando decidimos envejecer con libertad. Es justo aquí cuando necesitamos gritar un ¡Ya basta!
Claro que hay mujeres famosas que nos inspiran, como Frances McDormand que se niega a entrar en el molde de Hollywood. Pero también hay miles de mujeres anónimas que hacen revoluciones silenciosas: la que se lanza a estudiar una nueva carrera a los 60, la que inicia un negocio a los 55, la que se atreve a empezar un amor nuevo a los 70 y hacer cosas que nos han dicho históricamente “que no son para nuestra edad”. Ellas son prueba viva de que lo que realmente cuenta es la actitud, esa disposición a reinventarse y a vivir con autenticidad.
Desde mi lugar como fundadora de la comunidad Silver y del Movimiento Silverpreneur, quiero insistir: el envejecimiento no es una pérdida, es un activo. Es experiencia, es sabiduría, es libertad.
Pero para cambiar la narrativa no basta con señalar lo que está mal: necesitamos propuestas. Aquí dejo algunas.
La primera es dar visibilidad a las historias de mujeres que están redefiniendo lo que significa envejecer. No deben ser excepciones, deben ser referentes cotidianos. Hay que nombrarlas y reconocerlas.
La segunda es apostar por la educación intergeneracional: crear espacios donde las mujeres con experiencia acumulada compartamos lo que sabemos, pero también aprendamos de las más jóvenes, porque siempre hay algo nuevo que descubrir.
La tercera es exigir políticas y prácticas que reconozcan nuestro derecho a la plenitud en todas las edades: desde un mercado laboral más incluyente hasta campañas que celebren la diversidad de cuerpos, rostros y canas.
Solo así podremos romper con esa narrativa del “ya no vales” y abrir paso a una cultura Silver en la que la edad sea, de una vez por todas, sinónimo de libertad, poder y reinvención. No un mal necesario.
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