El santuario
Las fiestas de diciembre me trajeron al hogar de mis padres. Galería de memorias donde muebles, pintura y trastos; miniaturas, música y tapetes; lecturas de infancia y adolescencia me evocan instantáneas de bonanzas y austeridades, de cobijo e independencia, de viajes y apegos, presencias y distancias. La reciente ausencia de papá me sorprende agazapada a la vuelta de cualquier momento.
Esta casa está llena de cosas hermosas que conviven con otras que se conservan por reverencia, de piezas útiles y de cacharros que por respeto se jubilaron en algún rincón para seguir siendo parte de la museografía.
Es el crisol de mi origen y aunque no era igual cuando nací, fue el caldo nutricio que evolucionó y nos ha llevado, como cola de papalote, a mis hermanos y a mí tras los vuelos de papá y mamá.
Todos tuvimos su amor, su apoyo y sus regañinas. Cada uno ocupa su lugar; desde ahí estamos recordando y extrañando a mi padre y respaldando a mamá.
Ellos y yo somos tan distintos. Me siento ajena incluso de la casa familiar.
Y es que tengo un santuario donde papá y yo nos encontramos. Está en mi silencio a solas, en mi casa, con nuestra música en mi espacio, con lo dicho y lo callado en mi corazón. Es nuestro y de nadie más. Es un jardín que él y yo cuidamos en vida y ahora compartimos. Ahí siempre existirá el padre que tanto amo, me lo llevo conmigo donde quiera que vaya y ahí nos encontraremos siempre.
Ofelia, diciembre 29 del 2016
Comentario
Távata, mil gracias por tu lectura y tu cariño. Te mando un beso... hace años nos debemos un café. Espero que se nos haga pronto!
Mi querida Renata es un gusto leerte , siempre compartiendo cosas bellas, te envío un gran abrazo un beso y un tardío Feliz año 2017,
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