Blanco cielo
de inmensurable belleza;
digno paisaje de lo puro
y no terrenal.
En el trinan las aves
y los ángeles juegan.
Tan tranquilo goce
que lo eterno no disipa
el sueño de los santos.
Dios ordena y se custodia
la entrada al paraíso.
Tres ángeles cuidan
el portal sagrado.
La maldad acecha
tras la puerta,
transformada en serpiente
que busca su alimento.
Dios ordena y
el portal se abre.
La carencia de lo malo
les convierte en presa
y uno de ellos es atrapado.
Cae al abismo de lo impuro;
a la tierra de los hombres,
al pecado de la carne,
al holocausto del alma.
El ángel caído
se convierte en hombre…
María Victoria Campos Pérez
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