El sistema y el tiempo están en deuda con las mujeres. Viven más que los hombres, pero lo hacen con menos dinero, menos seguridad y más responsabilidades de cuidado. En México y en el mundo, la vejez tiene rostro de mujer, de pobreza y de desigualdad.
Según el INEGI en México, casi 18 millones de personas, aproximadamente el 13 % de la población total, tiene más de 60 años. De ellas, la mayoría son mujeres. Esta presencia numérica no se traduce en bienestar.
El estudio “Desigualdad de género en el sistema de ahorro para el retiro en Mé..., muestra que las mujeres reciben pensiones más bajas que los hombres y tienen un mayor riesgo de pobreza en la vejez. El documento indica que, de acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), las mujeres tienen una pensión media 25 % inferior a la de los hombres a nivel mundial y destaca que el dato es muy similar en México, ya que de acuerdo con los datos de la Comisión Nacional del Sistema de Ahorro para el Retiro (CONSAR), el saldo promedio de la AFORE de las mujeres es 26.8 % menor que el de los hombres, inclusive en casos en los que tienen trayectorias comparables.
Esto implica que para el futuro de las mujeres mexicanas afiliadas al SAR, la mayoría recibirá únicamente la pensión mínima garantizada, una cifra que expone la precariedad estructural de un sistema que nunca fue diseñado pensando en sus trayectorias laborales interrumpidas por la maternidad, los cuidados (de los hijos, las madres y los padres y personas de la familia extendida) o la informalidad.
Solo 2 de cada 10 mujeres mayores, 25.4 por ciento, reciben ingresos por pensión contributiva, es decir, una remuneración exclusiva para quienes trabajaron en el sector formal y que contaron con seguridad social. Las cifras para el caso de los hombres de 4 de cada 10, es decir, el 41.5 %. El resto depende de transferencias familiares o de programas sociales, que si bien alivian la pobreza, no sustituyen derechos. La esperanza de vida femenina en México supera en 5.5 años la masculina, lo que significa que las mujeres viven más tiempo con menos recursos y mayores cargas emocionales y domésticas.
Mientras tanto, su contribución invisible sostiene la economía del país. La Cuenta Satélite del Trabajo No Remunerado de los Hogares del INEGI revela que, en 2023, el trabajo doméstico y de cuidados no pagado aportó 8.4 billones de pesos, equivalentes al 26.3 % del PIB nacional, y las mujeres realizaron 71.5 % de ese trabajo.
En la silver economy, ese conjunto de bienes, servicios y oportunidades vinculadas con el envejecimiento, las mujeres mayores no son prioridad. Rara vez aparecen en campañas, productos financieros o estrategias tecnológicas. En América Latina, las mujeres tienen 14 % menos probabilidades de recibir un crédito que los hombres. A esto debemos sumar el hecho de que cuando se habla de innovación o emprendimiento, la palabra “mayor” suele usarse como sinónimo de “retirada”. Los prejuicios y sesgos en la toma de decisiones en el sector afectan a las personas de más de 60 en general y a las mujeres en particular.
Pero la historia podría escribirse distinto. Envejecer no tiene que ser sinónimo de vulnerabilidad. La economía plateada con perspectiva de género puede convertirse en un campo de innovación social y económica: políticas públicas que reconozcan el valor de los cuidados, pensiones diseñadas según trayectorias laborales reales, tecnologías inclusivas para mujeres mayores, acceso al crédito y al aprendizaje digital, así como programas de mentoría donde la experiencia sea capital.
En un país donde el 13 % de la población ya forma parte de esta generación, seguir ignorando su potencial es no sólo injusto, sino económica, política y culturalmente absurdo. La desigualdad de género en la vejez no es un problema del futuro: es el espejo del presente. Si el envejecimiento es inevitable, la desigualdad no debería serlo.
Publicado originalmente en Animal Político el 21 de octubre del 2025.
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