No la maternidad idealizada, romantizada, convertida en postal de flores y electrodomésticos cada 10 de mayo, y que sólo se nombra y reconoce una vez al año.
Me refiero a esa maternidad que toma las calles, las plazas, los desiertos, los tribunales, los rincones que pocas personas se atreven a pisar.
La que levanta alto fotos de hijas e hijos desaparecidos para nombrarlos y que los vean, la que cava con sus propias manos fosas clandestinas, la que confronta e increpa al Estado. Esa maternidad incómoda que no cabe en la narrativa oficial y que se ha convertido en una forma radical de resistencia, en un “no me olviden”, en un “no nos callaremos ni contarán con nuestro silencio”.
En México, las Madres Buscadoras -sí, así con mayúsculas- encarnan esta resistencia. En un país con más de 121 mil personas desaparecidas, estas mujeres han sido quienes han encontrado los cuerpos que las autoridades no buscan y cuya existencia se niegan a reconocer. Armadas con palas, varillas, decisión y amor feroz, recorren el país rastreando desiertos, cerros, basureros y la geografía del desconsuelo. Su activismo ha sido clave para visibilizar una crisis de derechos humanos que el gobierno ha minimizado. Ni López Obrador el sexenio pasado ni Claudia Sheinbaum han sido capaces de mirarlas a los ojos. No, no llegaron todas, claramente ellas no. Pero el mundo es otra cosa: organismos internacionales como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, sí.
Esta lucha, lamentablemente, no se vive solamente en México. En distintas latitudes y en la historia reciente, las madres han sido el corazón de resistencias profundas frente a la violencia, la desaparición forzada, la guerra o la represión. La maternidad, cuando se cruza con la injusticia, se convierte en movimiento político.
En Argentina, las Madres de Plaza de Mayo comenzaron a marchar en 1977, en la dictadura militar de Videla, para exigir la aparición con vida de sus hijas e hijos desaparecidos y después para establecer quiénes fueron responsables de crímenes de lesa humanidad. Sus rondas semanales en la plaza se convirtieron en símbolo global de la dignidad. Están también las Abuelas de Plaza de Mayo, quienes buscaron localizar y restituir a sus legítimas familias a los bebés y niños robados por la dictadura militar. La maternidad se convirtió en una trinchera contra el olvido.
En Colombia, las Madres de falsos positivos de Soacha y Bogotá denunciaron las ejecuciones extrajudiciales de jóvenes presentados como guerrilleros durante el gobierno de Alvaro Uribe. Su lucha rompió el silencio institucional y la invisibilización del hecho y forzó investigaciones que aún hoy están lejos de hacer justicia.
CoMadres es el nombre del comité de madres y parientes de desaparecidos políticos en El Salvador durante la guerra civil y cuya fundación fue apoyada por el arzobispo Oscar Romero. Es muy probable que estemos presenciando, sin saberlo, el surgimiento de otro movimiento de madres defensoras y buscadoras en el país ante las detenciones y violaciones de derechos humanos del gobierno actual de Bukele. No se han cerrado las heridas de la impunidad previas cuando se están abriendo nuevas.
En América Latina la realidad de las madres buscadoras es una constante y es la región, de acuerdo con Amnistía Internacional, con más defensoras y defensores de derechos humanos desaparecidos en el mundo.
Europa no ha estado exenta de madres que convirtieron su duelo en lucha. Las Madres de Srebrenica en Bosnia-Herzegovina han exigido justicia por la masacre de más de 8,000 hombres y niños musulmanes bosnios en 1995 y por los abusos y violaciones sufridas por las y los sobrevivientes de ese genocidio. Más de 5,500 menores quedaron sin uno o dos de sus progenitores. Se constituyeron como asociación en 2002 y desde esa fecha no han dejado de buscar personas desaparecidas y fosas comunes, apoyando a los supervivientes y buscando justicia.
En Francia ha surgido otro movimiento político detonado por las madres racializadas e inmigrantes: el Frente de Madres que buscan defender a sus hijas e hijos que son objeto de violencia, racismo y abuso y apuestan por su derecho a una vida digna. La líder de este movimiento es Fátima Ouassak.
En América del Norte, más allá de México, también han sido las madres quienes han dejado de callar para hacer visible el abuso que han vivido sus hijas e hijos en Estados Unidos y Canadá. Desde 1863 hasta 1998, más de 150.000 niños indígenas de las Primeras Naciones, Metis e Inuits, fueron separados de sus familias y llevados a internados estatales dirigidos por la Iglesia Católica en Canadá, como parte de la política para “asimilarlos a la cultura” y en ellos se les prohibía hablar su idioma o practicar su cultura y fueron objeto de abuso físico, emocional y sexual. El abuso se hizo evidente cuando en 2021 se encontraron los restos de 215 niños en una fosa común que formaban parte del estudiantado de una de esas instituciones, hallazgo que se sumó a las 1000 tumbas sin marcar que habían sido encontradas en los antiguos internados. Una de las figuras visibles de esta lucha es una de las sobrevivientes: Phyllis Webstad. A esto se le llama genocidio cultural y muchos de esos pequeños siguen desaparecidos. Por si esto no fuera suficiente, las Madres Mohawk están luchando por hacer visible y encontrar a los hijos que les fueron arrebatados para llevar a cabo un experimento de la CIA en la década de los sesenta.
En Estados Unidos, madres como Sybrina Fulton, madre de Trayvon Martin, y Gwen Carr, madre de Eric Garner, aunque con décadas de diferencia, se convirtieron en referentes del movimiento Black Lives Matter tras el asesinato de sus hijos. En un caso por violencia policial, en otro, a manos de un vecino. La búsqueda de justicia, como el amor materno, no conoce fronteras.
En Turquía están las Madres de los sábados, quienes desde 1995 se reúnen semanalmente para exigir justicia por sus familiares desaparecidos en los años 80 y 90 y las Madres de la Paz o de Diyarbakir, madres kurdas que desde 2019 protestan acusando al movimiento guerrillero PKK de reclutar o secuestrar a sus hijos.
La lista no para: madres en Israel, Palestina, Siria, Bangladesh, China buscando a sus hijas e hijos desaparecidos o secuestrados.
En África, han sido mujeres como las Reinas Madre en Ghana quienes han trabajado en la promoción de los derechos de las mujeres y la infancia, así como en la prevención del VIH/SIDA y el apoyo a niñas y niños huérfanos.
El mundo está en deuda con estas madres.
No sólo por su capacidad de transformar el dolor en fuerza, sino porque han hecho por los derechos humanos lo que muchos gobiernos no se han atrevido o no han querido hacer: buscar, nombrar, visibilizar, exigir.
Son la palabra viviente de una memoria que se niega a desaparecer. Sus voces son las que han sacudido los cimientos de democracias fallidas, guerras silenciadas y políticas de olvido.
En el Día de las Madres, las flores no son suficientes.
Hacen falta memoria, justicia y verdad.
Publicado originalmente en Animal Político el 13 de mayo.
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