La teoría del voto retrospectivo establece que los ciudadanos acuden a las urnas y emiten sus votos a partir de la evaluación del gobierno en turno. Gobernantes exitosos transfieren su popularidad a los candidatos de su partido político. En cambio, una administración mal evaluada conduce a la debacle electoral de sus correligionarios. Esa conducta política requeriría un ciudadano que sufraga con alto conocimiento de la gestión gubernamental en turno; por eso le llaman “voto racional”. Y sería correspondiente a la modernización de las sociedades.

Salvo algunas excepciones regionales, el voto retrospectivo no aplica en México. El problema parece ser estructural: no tenemos una base socioeconómica que permita transformaciones cualitativas en la cultura política. Nada se le opone al manejo ideológico de los poderes fácticos: el perfil y las preferencias electorales las siguen determinando los medios electrónicos de comunicación. Habría que revisar los contenidos del consumo cultural del mexicano promedio para constatar ese terrible atraso. Las encuestas de cultura política muestran que la fuente principal de información son la televisión y la radio, en un altísimo porcentaje (64% de los mexicanos se informan a través de la televisión y 13% a través de la radio). Los clásicos sostenían que la ideología era una falsa conciencia; el control monopólico de los mensajes parece darles la razón.

El politólogo norteamericano Robert Dahl sostiene que una democracia requiere de la participación informada de los ciudadanos; no sólo que acudan a las urnas de manera regular, sino que lo hagan conociendo y diferenciando las alternativas del mercado político. En esa dirección se trataría de una “elección racional”. Me temo que cada vez nos alejamos más de esa posibilidad; sobre todo porque la base sociocultural que podría poner diques a la sub y desinformación es débil y vulnerable. En un interesante artículo publicado este martes (El Universal, 14/04/ 2009), Javier Corral Jurado apunta hacia los condicionantes de la cultura política nacional: “La primaria no motiva pensadores ni está creando lectores. ¿Cómo queremos que haya electores? ¿Cómo queremos que haya ciudadanía participativa? El modelo está destinado a crear empleados, no innovadores (o) empresarios. Se desperdicia un cúmulo formidable para el país: 34% de la población son estudiantes. (…) Ya no se puede mantener un modelo desde el escritorio del profesor hacia los alumnos, que después se traduce en una concepción autoritaria en la organización social. No podemos continuar con el método memorístico”. El autoritarismo como eje del sistema educativo produce individuos sumisos, conformistas, manipulables; futuros ciudadanos conservadores, pasivos, sin capacidad crítica.

Al inicio sostuve que las condiciones socioeconómicas determinan en alto grado públicos cautivos antes que ciudadanos participativos. Decía ese gran filósofo mexicano, Carlos Pereyra, que la democracia por debajo de ciertos niveles de bienestar es una fantasmagoría irrelevante. Eso parece demostrarse fehacientemente en nuestra sociedad sumida en la desigualdad y en la polarización social. Los clásicos parece que vuelven a tener razón: la infraestructura determina la subjetividad. El caldo de cultivo para discursos mesiánicos, recetas para salir de la pobreza, autopromociones de los redentores de todo tipo de problemas, políticos demagogos, émulos de Og Mandino, funcionarios que hablan en diminutivo para minimizar los problemas; todo ello crece y se reproduce en una sociedad empobrecida y con un débil o ausente capital educativo. No podemos ser modernos políticamente con una economía sostenida con alfileres.

Aspiramos a una sociedad democrática donde el sufragio sea la vía para renovar periódicamente a la clase política. En esa sociedad deben caber todas las ideas, todas las posiciones. La tolerancia y la corresponsabilidad como valores irrenunciables. Pero para ello se requiere un mínimo de bienestar y el acceso universal al sistema educativo formal y libre de autoritarismos y fanatismos. Pero además, una sociedad donde desaparezcan los monopolios comunicativos y las emisoras compitan en condiciones de igualdad generando información de calidad que permita las prácticas políticas libres e informadas. Estoy hablando de una utopía. En condiciones de inequidad social no queda otra más que emitir leyes y normas estrictas para evitar en lo posible la vulnerabilidad de nuestro exiguo capital político. En esas andamos.

Víctor Alejandro Espinoza: Investigador de El Colegio de la Frontera Norte. Correo electrónico: victorae@colef.mx

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