Mujeres, están fracasando. Están erradicando la masculinidad haciendo a la sociedad hipersensible. Encarnen su energía femenina: cuidando, nutriendo, recibiendo, multiplicando, limpiando, sosteniendo el hogar, que es el lugar más preciado para nosotros los hombres”.

Estas son las palabras del Chicharito Hernández, quien se ha convertido en replicador de un discurso profundamente reaccionario que ha permeado en  las redes sociales y afecta la realidad de millones de mujeres. Uno que se conecta directamente con los circuitos digitales de la manósfera y su reverso femenino: las tradwives.

La manósfera no es una comunidad aislada, es una red de espacios digitales, foros, canales, donde hombres se agrupan en torno a la idea de que han sido víctimas de un mundo en el cual el feminismo es el enemigo a vencer. Se sienten despojados, incomprendidos e incluso perseguidos. Estudios recientes demuestran que  los distintos movimientos y comunidades de hombres que se han reunido en torno a esta visión se han hecho no sólo más misóginos, sino violentos y tóxicos en los últimos años.

Movimientos como Men Going Their Own Way (MGTOW), Pick-Up Artists o los Incels (célibes involuntarios) repiten una narrativa constante: el feminismo ha arruinado a las mujeres, ha acabado con la masculinidad de los hombres y ha puesto en riesgo la civilización.

El mensaje de la manósfera es claro: si los hombres han perdido poder, es culpa del feminismo; si las mujeres no quieren cuidar y nutrir, están fallando como mujeres, son un fracaso y, por cierto, también es culpa del feminismo.

Mientras tanto, del otro lado de la moneda,  surge una narrativa igual de peligrosa: la de las tradwives. Influencers jóvenes que reivindican el rol de “esposa tradicional” como empoderamiento. Promueven la vida doméstica, la sumisión al esposo, el rechazo al trabajo fuera del hogar y en muchos casos, la obediencia religiosa e inclusive la supremacía blanca.

En sus videos de redes sociales se presentan en cocinas perfectamente decoradas, horneando pan casero con vestidos florales y luciendo maquillaje cándido e inocente, hablando de “nutrir” a sus maridos y novios, y evitar el “egoísmo feminista”. En apariencia, son íconos del género “estilo de vida”, cuando en realidad  son la versión actual y digital del ideal heteropatriarcal.

Los estudios más recientes muestran cómo esta estética puede actuar como puerta de entrada a discursos ultraconservadores, racistas, antiLGBT+, antifeministas e igualdad de género, disfrazados de armonía doméstica. El fenómeno es tan amplio que ya se habla de la womanosphere: el equivalente femenino a la manósfera, donde se promueve la rendición, casi idolatración de lo masculino como “acto de amor propio” y prueba de libertad de decisión.

Son dos caras de la misma moneda. Lo que une a los hombres de la manósfera y a las tradwives es el mismo impulso: el miedo al cambio. A perder poder, a tener que repensar el amor, la familia, la intimidad y la autoridad.  Lo que defienden no es el orden “de antes”, sino la jerarquía. No buscan comunidad, sino control.

El argumento de que “el feminismo borra la masculinidad” o “el feminismo ataca lo femenino” no es nuevo. Pero sí se ha cambiado de expresión: ahora aparece con filtro vintage o tono de autoayuda. Se viste de elección, aunque lo que ofrece es sumisión.

Para estas personas hay que empezar desde el principio y hacerles entender que el feminismo no ha destruido la masculinidad ni la feminidad. Lo que ha hecho es desmantelar el mandato de que ser hombre implica dominar y ser mujer implica obedecer. 

Cuando mujeres pueden elegir no tener hijos, cuando hombres pueden llorar, cuando alguien puede amar fuera del binarismo, eso no es caos. Es libertad. Por supuesto que incomoda porque desarma los lugares seguros del privilegio heteropatriarcal sobre el que se han construido las relaciones, las instituciones, la educación, el poder, la economía, las finanzas y hasta la vida íntima.

El backlash antiderechos de las mujeres que estamos viviendo no es simple discurso, es estructura. Se financia, se reproduce y se viraliza. Es vital nombrarlo con claridad y reconocer que no son simples opiniones aisladas y producto de una ocurrencia de un futbolista o un o una influencer. Se trata de un guión ideológico que tiene consecuencias en la vida real y que recibe financiamiento y apoyo. Además tiene sustento ideológico, como es el caso de Turning Point.

Frente a esta ola de discursos regresivos, urge sostener la voz feminista como acto de memoria y de justicia. Porque lo que está en juego no es sólo la narrativa pública, sino la libertad cotidiana de millones de mujeres, de personas no binarias, de hombres que no encajan en la masculinidad tóxica y violenta que en muchos países -y ahora en la manósfera– se asocia con la hombría y el “ser hombre de verdad”.

Nombrar el machismo, señalar su disfraz y no romantizar su estética es tarea urgente. Que nos quede claro, limpiar y barrer no es destino y ejercer el poder no es derecho divino.

Porque la igualdad no destruye: construye otra forma de convivir y respeta al otro y la otra.

Publicado originalmente en Animal Político el 29 de julio del 2025.

Claudia Calvin https://linktr.ee/claudiacalvin

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