Borrón y cuenta nueva.

Así se llamaba la entrada al archivo. Hace una semana perdí hasta el sistema operativo (peor que los chones) y quien vino a remendar el estropicio me informó que podíamos intentar recuperar mis textos pero sería labor de entre ocho y diez horas. “Tantas cosas he soltado en los últimos dos años que… déjalo así: más se perdió en la guerra. Necesito el sistema, buscador, recuperar conexión a redes, a impresoras y reacomodar el escritorio más o menos como estaba”. Tan tán.

La información de chamba vive en un dropbox en la nube (no en las mismas nubes que vivo yo… ¡afortunadamente!) Mi correspondencia personal está en mi cuenta de correo. Psss, me costaba perder algunas entradas de blog que no respaldé y que se quedaron en la barriga del portal anterior. Pero, en serio, en los últimos dos años he renunciado a tanto que ni calambre me dio pedir que me resetearan la máquina a sus tiempos de recién nacida de fábrica.

Hoy (bueno, me llevó una semana el duelo) abro documento y no escribo más que el título porque empieza a sonar el teléfono cuando ya tengo la sartén en el fuego para preparar mi comida. Guardo el título para no olvidarlo y topo con mi menú de siempre… Bueno, eso no se borró: pico ahí en “blog”… y al abrirlo para guardar topo con tooodos mis textos que daba por perdidos. Esos que ni el experto encontró.

Estoy ante un milagro. Me sorprende que sin maromas (porque no sé cómo hacerlas) yo sola haya reencontrado todo lo que daba por perdido.

Es una sorpresa que no esperaba. De “Borrón y cuenta nueva” a “De lo perdido lo que aparezca” tendría que cambiarle el título a esta entrada. He dado brinquitos de Zorba el griego, de jarana y de jota aragonesa. Estos son milagros modernos: incomprensibles, gozosos, edificantes.