Sé que sin importar lo diferente o igual que puedas ser a mí, estoy segura que quieres enamorarte con locura y caminar tus pasos de la mano de alguien que te corresponda de la misma manera.
No importa si eres mujer, hombre, joven, viejo, homo o heterosexual. Estoy segura que has crecido con muchas ilusiones y muy probablemente una de ellas sea encontrar a alguien para quien seas único en el mundo, alguien en cuyos ojos puedas reflejarte y a quien te puedas entregar en cuerpo y alma.
No he tenido muchas experiencias amorosas en mi vida, más bien han sido bien pocas y en cada intento, se ha quedado un trozo de mi ser, he tenido que reconstruirme y juntar los pedazos, aunque he renacido, mejor y más fuerte cada vez o al menos eso quisiera creer; Sin embargo, pese a los tropiezos y al dolor que he sentido, el anhelo de amar y ser amada ha persistido en mí. Tengo 43 años y no sé si deje de sentir esta necesidad algún día.
He empezado a recorrer, desde hace unos cuantos años, el camino de la perspectiva de género, dicho de otra forma quizá más familiar, me he ido convirtiendo de manera consciente en una mujer feminista.
Sé que ese término asusta, no sólo a los hombres, también a muchas, muchísimas mujeres. Es casi un estigma, y si a eso le añado que estoy divorciada, la marca se hace más grande y notoria (“por algo será que está sola…”, podrán decir algunos y algunas). A final de cuentas, es verdad.
Cuando te das cuenta del valor que tienes (que no tiene nada que ver con el valor que tienen los demás. Afortunadamente para valer no es necesario excluir y mucho menos minimizar a nadie), cuando empiezas a amarte y respetarte a ti misma, cuando empiezas a ser la número uno en tu lista de prioridades, es difícil encontrar compañía.
Todavía no entiendo por qué es tan difícil concebir el amor en una “pareja-pareja”, desde una perspectiva de igualdad, donde ninguno sea poseedor del otro, donde ninguno sea el guía del otro, donde ninguno sea el amo, donde ninguno sea el hijo o el protegido; sino más bien, una relación donde ninguno de los dos se necesite, donde ambos estén conscientes de ello y pese a ello, no por necesidad, sino más bien por voluntad, decidan estar juntos.
Creo firmemente que la libertad y el respeto a la integridad de la otra persona, la confianza en que está porque quiere estar y no obligada, ni por un contrato legal, ni por los hijos, ni por el status socio-econónico, ni por “temor de Dios”. No puedo comprender a los hombres y mujeres que aceptan mantener una relación por cualquiera de estas razones, por ninguna que no sea el amor. El amor concebido como la “alegría de saber que el otro existe, que el otro es”, el amor concebido como desear que el otro se realice y hacer lo posible por acompañarlo en su vuelo.
Querer relaciones igualitarias es nadar contracorriente, no sólo por lo difícil que es que los hombres se convenzan de que podemos vivir de otra manera y ser mucho más felices, porque entonces, ellos también serían más libres, ya no cargarían con el peso de tener que ser siempre fuertes, de tener que ser máquinas sexuales, de no poder llorar, de no poder sentir temores, de tener que ser buenos proveedores, de tener que mantenerse emocionalmente alejados y distantes y perderse de disfrutar a sus hijos tanto como lo hacemos las mujeres. No tendrían que tener tanto miedo de que los etiqueten de “mandilones” o en el peor de los casos de “maricas”. Serían mucho, muchísimo más libres y por lo tanto, también más felices.
Querer relaciones igualitarias, también es ir contras las propias creencias y costumbres que tenemos las mujeres, porque finalmente nosotras hemos conservado la tradición patriarcal en la manera en que nos tratamos unas a otras y competimos por “los trofeos”, en vez de apoyarnos, en que educamos a nuestros hijos o “toleramos” comportamientos machistas de nuestras parejas por miedo a quedarnos solas. Quizá muchas ni siquiera lo saben pero vaya que se podría vivir de otra manera.
Vivir con una perspectiva de género y pedir equidad, no significa de ninguna manera, querer ser iguales a los hombres, puesto que no lo somos. Tampoco significa que nos traten como seres discapacitados o más débiles, significa que todos y todas tengamos la misma posibilidad de decidir sobre nuestras vidas y responsabilizarnos por ello, equidad significa darle a cada quien lo que necesita, según sus circunstancias, nunca lo mismo. Por eso no se puede pedir lo mismo para una madre soltera que se hace cargo de sus hijos, lo mismo que a un hombre soltero.
Ojo mujeres en cómo educamos, tenemos que querer lo mismo para las cuñadas, la suegra y las novias de nuestros hijos, que lo que queremos para nosotras mismas y nuestras hijas.
Ojo señores, hay que tratar a todas las mujeres como quieran que traten a sus hijas ( y quiero pensar que las respetan y las tratan bien).
Mucho para reflexionar.
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