Al rescate de las palabras

por 

Claudia Calvin 

En un mundo de instantaneidad, hacer una pausa, escribir y mirar a las personas a los ojos puede parecer vintage y hasta fuera de lugar. 

Lo siento, pero ni me resigno ni lo acepto. No, no quiero comunicarme en poco más de 270 caracteres ni tener que pagar para poder expresarme con más palabras, no me interesa explicar en un video de 10 segundos lo que pienso de la vida y lo que me parece importante ni pienso maquillarme frente a una cámara mientras reflexiono sobre la importancia de dialogar y reconectar desde nuestra humanidad con otras personas. 

Si. Ese es parte del mundo en el que vivimos, pero el que exista una realidad barnizada de narcisismo, que ha hecho de la hiperactividad un mandato y del silencio algo ajeno no quiere decir que tenga que ser destino ni que tengamos que adecuar nuestra existencia y manera de respirar a esa manera de transaccionar con el resto del mundo.  

He dicho la palabra precisa: transaccionar. Parece que hoy toda interacción se convierte en una transacción: te doy a cambio de que me des. ¿Qué te doy? Tiempo, dinero, atención y reconocimiento a cambio del tuyo o el equivalente. 

¿En qué momento la vida se convirtió en eso? ¿En qué momento dejamos de pensar para simplemente consumir pantallas con imágenes ajenas que se han convertido en los temas de conversación de todos los días? ¿En qué momento se hizo más importante para las personas coleccionar likes que sostener conversaciones que conecten con otros? ¿En qué momento hablar por teléfono se hizo una pérdida de tiempo y pasar horas viendo vidas ajenas, comidas ajenas, viajes ajenos, “ideas” ajenas, memes fue lo adecuado? 

¿En qué momento leer, escribir, volver a usar palabras dejó de tener sentido?

Por algo, distintas tradiciones y culturas han hecho énfasis en algo: “primero fue la palabra”. Todo empezó en el verbo. 

Siempre lo he dicho y lo sostengo, las palabras construyen realidades. Cuando dejamos de usar palabras dejamos de conectar con realidades, aunque estemos horas conectadas y conectados a pantallas que nos saturan de información que no expresa realidades, valores, emociones que sean nuestras ni con las que que nos interese estar vinculadas. 

El mundo nos intoxica, literalmente, con información y miles de personas pierden diariamente horas consumiéndola, sin discernimiento, selección o estrategia de análisis. Perdemos energía porque la damos a los demás, a sus ocurrencias, debates, insultos, monólogos y nos vamos vaciando de contenido, de humanidad, de palabras, de profundidad. 

Las grandes sabias y sabios de la humanidad siempre lo han sabido: donde pones la mente pones la energía. También sucede al revés: donde pones la energía, pones tu mente. Cuando el foco de nuestra atención está  en la hipercomunicacón, la hiperproductividad, la competitividad hiperpatriarcal y no cuestionamos las decisiones que tomamos porque perseguimos un concepto del éxito y convivencia que hemos dado por sentado y que no nos hace felices ni mejores personas -pero si más competitivas, visibles y reconocidas desde esos parámetros- estamos dejando nuestra esencia fuera de nosotras. 

¿No es suficientemente visible la destrucción del mundo para reconsiderar las decisiones que estamos tomando y aceptando de manera colectiva? Cuando el silencio es complicidad y omisión, no necesidad ni decisión libre, algo está muy mal. ¿Qué esperamos para rescatar las palabras que nos conectan con otras personas, que nos permiten tender puentes de comunicación y comprendernos, que posibilitan que imaginemos, soñemos y construyamos nuevas realidades, narrativas, futuros posibles?

La destrucción del mundo que conocemos empieza cuando nos olvidamos de hablar, de las palabras que tejemos en conjunto con otras personas, que nos humanizan.  Cuando creemos que las palabras pierden sentido al explorarlas, analizarlas, reconocerlas, inventarlas, sentirlas, respirarlas, reinventarlas. Las palabras no pasan de moda porque la humanidad no pasa de moda. 

Rescatar las palabras, nuestras palabras es una manera de rescatar a la humanidad, nuestra humanidad. Rescatar las palabras es una manera de resistir. 

Si las perdemos, nos perdemos. 


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