Cuando decidí ser  madre en mi mente no paso ni de broma la palabra “abuela”  me ufanaba de ser madre joven y que siempre me confundieran con ser hermana de mis hijos, era hasta cierto punto halagador,  no me di cuenta como pasaron los años, quizá porque siempre quise seguir viendo a mis hijos como niños, aun cuando estaban en la universidad los seguía considerando pequeños,  cuando el mayor quiso formar una familia no podía creerlo, y haciendo acopio de valor,  y como la “buena” madre que siempre me considere, (bueno yo lo creí en un tiempo) termine aceptando que los hijos tienen que volar cual aves, eso no implico ningún problema para mí, me hice amiga de su esposa y todo funcionaba “bien”.

Mi hijo había hecho alarde de no querer tener descendencia, y yo respetaba su decisión, no tenía ninguna prisa por ser abuela, además cuando llegaba a pensar  en ello la sola palabra me daba escalofrío  ¡brrrrr ! me imaginaba una viejita llena de arrugas, encorvada y con un bastón  pudiendo apenas caminar,  cabe mencionar que era mi concepto sin tratar de menospreciar ni ofender,  por lo tanto pensé que para  ese momento faltaba mucho.

Hace algunos meses me dieron la “maravillosa” noticia de que mi hijo seria papá,  cuando lo escuche solo  pensaba – ¿mi hijo papá? Y ¿esa idea suya de nunca tener hijos donde quedó?-  permanecí en silencio ya que no quise amargarles el momento con algún mal comentario de mi parte.

Para colmo de mis “males”  me enfrente al hecho de convivir a diario con su mujer embarazada pues teníamos un negocio juntos,  me chute sus malestares que  por cuestiones psicológicas creo, yo termine con ellos,  le agarre una tirria al huevo que es fecha que no puedo comerlo totalmente, subí de peso, entre algunas otros detallitos,  casi insignificantes como uno que otro antojito.

Como  el padre de mis hijos nunca se hiso responsable de ellos después de nuestro divorcio, he tenido que hacerla de padre y madre y estar con ellos siempre que necesitan apoyo , así que en cuanto la chica empezó a dar signos de dar a luz, lo que ocurrió a los ocho meses de gestación, tuve que andar corriendo con mi hijo al hospital, permanecer a su lado fuera del quirófano y acompañarlo todos los días en el sanatorio para darle todo el sostén que necesitaba en esos momentos.

Y al fin llegó,  una bebe de 46 cm y 2.450 Kg.  blanquita, algo arrugada , llena de cabello totalmente negro  y sin rasgos de la familia,  no fue nada de lo que yo hubiera esperado,  mis expectativas eran que naciera como el papá, un niño tan blanco, que era más bien rosita, sin cabello y muy grande,  de esos que cuando lo ven,  te dicen “pero que bonito niño” (¿mamá cuervo?) .

Después de todo el ajetreo y  sustos  al fin vino la calma y la familia comenzó a llegar a ver al nuevo bebe al hospital, no me había caído el “veinte” hasta que alguien me felicito por ser “abuela”,  fue como un gancho al hígado “ABUELA”   ¡hay Dios! Si,  efectivamente me había estrenado como abuela. ¿Abuela a los cuarenta y tantos? No, nunca lo pensé, ni loca, ¡ni en pesadillas! “Que va, yo esperaba que me llamaran abuela después de los 60”, decía yo cuando me preguntaban a qué edad quisiera tener nietos.

Pero como en la vida, nada está escrito ni dicho… ¡saz!, de repente el baldazo de agua fría:

¿Yo abuela a ésta edad? No ha de ser cierto (me digo para mis adentros tratando de consolarme), Todavía estoy joven, me siento joven, me veo todavía joven… no, no puede ser que me esté sucediendo esto A MÍ.

¿Tendré que cambiar mi look… mi forma de vestir, de peinarme y de hablar? ¡Creo que estoy más traumada que mi propio hijo!

En fin, me demoré algunos meses para asimilar este acontecimiento que se me vino  encima.

Lo que puedo decir ahora cuando me preguntan que se siente ser una abuela de las cuatro décadas es que es como retroceder en el tiempo y volver a ver a tu hijo pequeño con los mismos ademanes, travesuras y gestos; los mismos ojos, las mismas gracias, conforme va creciendo esta más hermosa.

Lo bueno de ser abuela joven es que cuando te encuentras con alguien que no sabe quién es esa bebe que te acompaña, casi siempre te dicen: “Que linda su hijita, ¿es la última?” No, como va a creer, imagínese yo de mamá a ésta edad… es mi nieta.

De repente ponen cara estupefacta y exclaman: “¡No que va, si usted parece de 35!”

 

Que piropo tan bien dicho, ¡ahora sí que me gustó ser abuela!

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