Difícilmente me pierdo, geográficamente hablando. Nací con el maravilloso don de la ubicación; de hecho, aunque no sé conducir un automóvil conozco perfecto el sentido vial de las calles de varias zonas de la ciudad de México, y hasta sus nombres. Puedo dar instrucciones perfectas para llegar a ciertos lugares, con santo y seña de dónde dar vuelta, en qué sentido y a veces con datos extras, tipo: “A media cuadra hay un estacionamiento del lado derecho” o “estaciónate en el súper porque por ahí no vas a encontrar lugar”.

Sin tanta precisión, pero sí con mucha facilidad me puedo mover con calma en otras ciudades, incluso aquellas que he conocido por primera vez; me pasó en Buenos Aires, Argentina. La primera vez que fui, mi anfitriona estaba sorprendida de que me salí de su casa todo el día a pasear y no le llamé ni una vez para preguntarle dónde quedaba tal museo o cómo llegar de regreso a la casa. Soy una ferviente convencida de que “preguntando se llega a Roma”, y tengo una especie de brújula interna que me hace ubicarme sin muchos problemas en este planeta.

En donde sí me pierdo con mucha facilidad es en mis cavilaciones existencialistas, ahí sí por más que intento, no sé ni para dónde jalar, no sé ni para dónde voy, o mejor dicho, para dónde va la vida, para qué hacemos lo que hacemos cada día, hacía dónde nos dirigimos como sociedad, como personas… ¿Ven? ya me perdí de nuevo.

Al menos dos veces al día me hago estas preguntas, a veces las mismas, a veces otras más intensas, tipo: “¿Y esto es todo: levantarse, bañarse, ir a la escuela/trabajo/quejarse del tráfico/salir a comer/regresar al trabajo/salir muy tarde/llegar a casa a dormir/ y de nuevo lo mismo?

Sí ya sé, me clavo en las texturas, pero no lo puedo evitar, estos pensamiento son recurrentes en mí desde hace años, antes de tener hijos, antes de dedicarme a la crianza, ahora que soy mamá los sigo pensando. Quizás espero demasiado de la vida, tal vez sea esta necesidad constante mía de vivir en la cresta de la ola y de necesitar grandes eventos para sentir que las cosas tienen sentido.

Espero que no me mal interpreten, no es que no disfrute la vida, por el contrario, he aprendido que no siempre debe haber fuegos artificiales, que las pequeñas cosas cotidianas nos pueden llenar de igual manera, pero de pronto, a veces por las noches, ya cuando mis hijxs se han dormido y todo parece estar en una hermosa calma, me descubro mirando a mi alrededor pensando: “¿Esto es todo? ¿Agobiarme por las deudas para un día poder pagarlas y luego tener unas nuevas? Entonces, ¿por qué no dejo de angustiarme por tener deudas si ya sé que tarde o temprano se van a pagar? Preocuparme porque no puedo tener mi casa ordenada a la perfección, enojarme y estresarme porque las habitaciones de mi hijos no son de revista, ¿todo para qué?”

La vida cambia tanto y tan rápido, los críos crecen tan velozmente que la ropa que hoy les queda, en un mes estará guardada en espera de ser donada. Me refiero a ¿cuál es el sentido de la vida, la mía y la de cada una/uno de nosotrxs? ¿No se supone que venimos para algo especial, que somos ese espermatozoide privilegiado que ganó la carrera? ¿Y para qué? ¿Cómo saber las respuestas a “para qué estoy en este mundo”? Ok, sí, de nuevo me perdí.

Hace tiempo alguien me dijo: “Eres demasiado existencialista, no te claves, vive la vida y no pienses pendejadas”, en ese momento quise darle un buen zape pero ahora creo que tiene un poco de razón, la vida es aquello que transcurre mientras intento descubrir la razón de mi existencia, así de loco y trivial suena cuando lo escribo, pero pues así me pasa.

Así que, si en alguna reunión o fiesta me notan ausente es porque segurito estoy de nuevo perdida en ¿esto es la vida?

Foto del día 10-09-14 a la(s) 18.31

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