Todos los días paso frente al espejo unas 20 o 30 veces; de esas, en al menos dos, no traigo ropa, o sólo la blusa o el pantalón.

Hace tiempo aprendí a dejar de mirarme cada vez que pasaba frente a un espejo, pero lo que nunca he podido dejar de hacer del todo es quejarme de alguna parte de mi cuerpo. Sí, pertenezco a ese nada selecto y más bien multitudinario grupo de mujeres que vive en permanente conflicto con su cuerpo y su imagen.

Nunca he sido flaca, tampoco he sido gorda, la mayor parte de mi vida he sido: chaparrita con “algo de pancita”, mucho busto, poco trasero y bastante muslo. O al menos así era hasta hace unos meses.

Con mi estatura dejé de pelearme hace mucho años, pero hay complejos que sigo arrastrando, porque ese “algo de pancita” crecía con una rapidez tremenda y ese crecimiento hacía que, a la misma velocidad, la poca cintura que poseo desapareciera.

Mi otro gran complejo han sido las tetas. Sí, tetas. A los siete años comenzaron a crecer, a los nueve parecía de 12 y desde los 11 tengo la misma talla que he usado toda mi vida. Durante años caminé encorvada. Las clases de educación física en la secundaria pública eran un verdadero infierno. ¡La secundaria fue una de las épocas más horrorosas de mi vida! Odiaba a los maestros, odiaba el uniforme que me hacia ver deforme, odiaba al maestro de deportes, odiaba a mis compañeros hombres en la clase de deportes, odiaba mi cuerpo, odiaba a las niñas sin chichis. Fui infeliz, muy infeliz.

Ahora, la verdad es que casi no me reconozco cuando veo mi reflejo desnudo. Mi cuerpo se ha vuelto esbelto y mi vientre que nunca fue plano, ahora, cuando me acuesto, incluso, toma una forma cóncava que jamás había tenido.

Sin ser alarmante, mis clavículas son evidentes, incluso los huesos del pecho a veces se pueden percibir cuando levanto los brazos. Ya no me desagrada tanto mi cuerpo pero aún no logro sentirme del todo bien en esta piel.

Siempre quise ser de las flacas y ahora que parece que lo soy –porque todo mundo me lo dice–, no me satisface del todo; con la grasa perdida, se perdió también el poco trasero que la vida me dio, lo siento, me encantaría tener un derrière tipo JLo, o la mitad ¡al menos!

Mis piernas que eran de las pocas cosas que me hacían sentir bien, también adelgazaron de una manera impresionante. La última vez que estuve cerca de los 50 kilos era porque bailaba, hacía danza folklórica todos los días, además de ballet y jazz, tenía las piernas torneadas y tonificadas, fuertes, firmes. Nada de eso hay ahora: la grasa que había en mis senos grandes se ha ido después de dos años y medio de lactancia (con dos hijas diferentes), de hecho sospecho que cuando deje de lactar a mi hija tendré que usar una talla más chica; mi vientre por fin es plano, pero flácido, mi trasero no existe más y mis piernas son como postes sin vida, sin forma.

A pesar de que veces me siento como un pellejo andante, la verdad es que cuando me detengo frente al espejo desnuda puedo sonreír, sonrío de orgullo porque este delgado y flácido cuerpo ha dado vida, porque ha aguantado alegrías y depresiones, porque, en efecto, es como de hule: se ha expandido y contraído tres veces en siete años.

Esta Pamela más cerca de sus 40 que de sus 30 ha resultado ser elástica, flexible, aguantadora, fuerte, ruda e increíblemente resistente más allá de todas las formas que ha adoptado.

No sé bien cómo explicarlo pero aunque el espejo no me muestre una imagen ideal, eso que veo frente a mí ha comenzado a gustarme. También he aprendido a quererme así, aguada, casi plana y hasta he llegado a decirme: “Estás perfecta”.

Y es que ahora ya no sólo se trata de mí, ahora pienso más en que debo de entrenar mi lengua y mis emociones porque en unos años dos muchachitas se pararán frente a un espejo y probablemente se quejen de su cuerpo porque no es “el ideal”, y yo tendré que repetirles, cuantas veces sea necesario: “Estás perfecta”. Ese es ahora mi mayor reto frente al espejo.

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Comentario de Mariangel Calderon el septiembre 30, 2014 a las 10:15am

Yo también odié la secundaria, también di paso a la vida y conforme han pasado los años uno se reconcilia con la mujer que vive bajo la piel que todo el mundo dice que debe ser, aplausos. Me identifiqué tanto con tu post. =)

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