Trabajo en tecnología desde 1978.
Sí, cuando aún no existían los ordenadores personales y la palabra hacker no se usaba.
En aquella época ya estaba “trasteando” con sistemas, cables y comandos, intentando que las máquinas hicieran lo que necesitábamos… o al menos lo intentaran.
Así que, de alguna forma, ya estaba hackeando el sistema. No para romperlo, sino para entenderlo, para adaptarlo, para hacerlo funcionar mejor.
Con los años, la tecnología cambió (y vaya si cambió), pero mi curiosidad siguió siendo la misma.
Y aprendí algo que se ha vuelto mi mantra:
"no se trata de correr detrás de la tecnología, sino de hacer que trabaje para ti"
A las mujeres de mi generación nos tocó reinventarnos muchas veces.
Pasamos del teléfono fijo al móvil, del fax al correo electrónico, de los disquetes al almacenamiento en la nube. Y todo eso sin manuales ni tutoriales en YouTube.
Por eso, cuando alguien me dice “esto de la tecnología no es para mí”, no puedo evitar sonreír.
Complicado fue criar, trabajar, estudiar, cuidar, adaptarnos… y seguir de pie.
Esto —aprender a usar herramientas digitales, redes o inteligencia artificial— ya no es un reto, es casi una travesura más.
Y no, no se trata de ser expertas en todo.
Se trata de aprovechar la tecnología sin dejar que nos arrastre.
Usarla para ganar libertad, no ansiedad. Para crear, no para compararnos.
Durante mucho tiempo internet fue un eco constante de las mismas voces de siempre.
Hoy, cada vez que una mujer publica algo desde su experiencia —ya sea en su blog, su web o su comunidad— está moviendo piezas.
Porque no se trata de “estar” en redes, sino de ocupar el espacio digital con sentido.
No necesitamos millones de seguidores para influir. Lo que cambia las cosas es la intención, la coherencia y la constancia.
Un blog puede ser una escuela, una conversación o una forma de acompañar a otras mujeres.
Y cuando muchas voces se suman, el sistema ya no puede seguir igual.
La red deja de ser solo tecnología y se convierte en red de verdad: humana, viva, consciente.
El sistema quiere que vivamos conectadas… pero distraídas.
Que hagamos clic sin pensar, que publiquemos sin propósito.
Hackear la tecnología, para mí, es justo lo contrario.
Es decidir qué quiero ver, cuánto tiempo quiero dedicarle y, sobre todo, para qué la uso.
Yo la uso para enseñar, para crear, para compartir.
Y cuando uso la inteligencia artificial, lo hago como una aliada que me ahorra tiempo, no como un sustituto de mi voz.
Porque la verdadera revolución está ahí: en ponerle alma a lo digital.
Usar las herramientas sin perder la esencia.
He hecho limpieza digital: fuera notificaciones inútiles, fuera apps que solo me quitan tiempo.
He revisado mi web y mi blog —mi casa digital— y he actualizado lo que ya no me representa.
Mantener mi espacio vivo, limpio y alineado también es una forma de hackear el sistema.
¿Y tú? ¿Cuál es tu hack?
¿Qué estás reescribiendo este mes para que la tecnología trabaje para ti (y no al revés)?
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