Hace un tiempo hablé de soberanía desde otro lugar: desde el cuerpo, desde cómo cuidarnos, decidir, escucharnos.
Pero hoy quiero hablarte de otra forma de soberanía.
Una que pasa más desapercibida, aunque está presente cada día: la digital.
Sí, esa que tiene que ver con lo que publicamos, buscamos o compartimos sin pensar demasiado.
Porque cada clic, cada foto, cada comentario deja una huella. Y aunque no la veamos, esa huella tiene valor. Mucho.
El problema es que, mientras creemos que estamos compartiendo libremente, hay quienes están convirtiendo todo eso en negocio.
Internet nació abierta, colaborativa, casi ingenua.
Era un espacio para encontrarnos, aprender y crear juntas.
Pero poco a poco, las grandes plataformas —esas donde pasamos buena parte de nuestras horas— fueron levantando muros.
Y esos muros no se ven, pero están.
Nos invitan a participar, a subir contenido, a “ser parte”… y luego deciden qué hacen con lo que generamos.
Convierten nuestras ideas, nuestras fotos o nuestras conversaciones en materia prima para sus modelos de negocio.
Y sí, muchas veces nosotras somos el producto.
A veces me dicen: “Entonces, ¿tengo que cerrar mis redes?”.
No. En absoluto.
No se trata de desaparecer del mapa digital, sino de usar la tecnología con consciencia.
Soberanía digital es entender qué compartes, con quién y para qué.
Es leer (aunque sea por encima) los permisos que das.
Es tener tus propios espacios —un blog, una web, una newsletter— donde tú decides qué publicas y qué haces con tus datos.
Porque cuando todo lo que eres está en manos de un algoritmo que decide si te muestra o no… pierdes poder.
Y eso, al final, también es perder soberanía.
Si lo piensas, muchas de las comunidades más vivas en Internet han sido creadas por mujeres.
Sabemos usar la red para aprender, apoyarnos, visibilizar proyectos, reinventarnos.
Pero también sabemos lo fácil que es que se adueñen de nuestras voces, de nuestras historias, de lo que generamos con tanto esfuerzo.
Por eso, la soberanía digital no es un concepto técnico: es una actitud.
Es decidir cómo quieres estar en este mundo digital.
Es elegir con cabeza.
Y, sobre todo, es cuidar tus huellas igual que cuidas tu cuerpo o tu tiempo.
No necesitamos ser expertas en ciberseguridad ni vivir desconfiando de todo.
Basta con empezar a hacer pequeños cambios: revisar configuraciones de privacidad, apoyar plataformas abiertas, diversificar tus espacios digitales, o simplemente, pensar antes de hacer clic.
Porque sí, el dato también es territorio.
Y defenderlo no es desconectarse del mundo, sino reconectarte contigo misma.
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