En este momento histórico, el avance de los derechos de las mujeres se enfrenta a una contrarrespuesta organizada, persistente y cada vez más sofisticada. Se trata de una respuesta que no es moda, aunque muchos la visualicen así, y tampoco es coyuntura. Se trata de un  fenómeno estructural. La manósfera, ese ecosistema digital donde florecen discursos de odio contra las mujeres bajo el disfraz de “libertad de expresión” y “crisis de la masculinidad”, ha dejado de ser marginal. Hoy alimenta narrativas políticas, condiciona elecciones, infiltra la cultura y ataca directamente los principios fundamentales de igualdad, equidad, diversidad, respeto, autonomía y dignidad.

La manósfera no es una sola cosa: es un conjunto de comunidades online donde ciertos grupos de hombres se agrupan como víctimas de un sistema que, según ellos, favorece a las mujeres. Foros como MGTOW (Men Going Their Own Way), o canales de video de Pick-up artists y Red Pillers articulan un discurso común: el feminismo ha “destruido” a la sociedad al quitarle a los hombres su lugar “natural” como proveedores, líderes y autoridades.

Lo alarmante no es solo el contenido misógino, violento, supremacista y antifeminista,  sino su estructura: estas comunidades están interconectadas, utilizan estrategias digitales efectivas, monetizan a través de un marketing muy efectivo, membresías y anuncios y se radicalizan cada vez más rápido. El negocio del odio se ha convertido en una empresa rentable. La manósfera es también una industria bien organizada en la que plataformas como A Voice for Men, y canales de figuras como Andrew Tate o Jordan Peterson generan ingresos sorprendentes. La fortuna de Tate ha sido tema de debate y se estima que su valor neto fluctúa entre los 12 y los 750 millones de dólares. 

El estudio académico The Evolution of the Manosphere Across the Web mapeó más de 28 millones de publicaciones en foros manosféricos y mostró cómo se han trasladado de manera progresiva de espacios moderados a espacios más extremos, siendo un ejemplo los incels. El proceso de radicalización es transversal, permanente y expansivo.  

El desafío de esta comunidad no queda en el ámbito digital exclusivamente. En muchos casos, estas iniciativas están respaldadas o asociadas con think tanks ultraconservadores o fundaciones que financian causas antiderechos en todo el mundo. El financiamiento a favor de esto ha crecido en las últimas décadas. En Europa, el reporte The Next Wave: How Religious Extremism Is Reclaiming Power encontró que entre 2019 y 2023 el financiamiento antiderechos fue de $ 1.18 billones de dólares. Más de 28 países de la región participan en esto, seguidos por Rusia y por organizaciones estadounidenses. La Federación Rusa es el mayor donante en temas antiderechos. Gran parte de este presupuesto se rastreó como proveniente de fondos públicos. Tal cual, es una muestra de políticas públicas abiertamente antiderechos. 

En Estados Unidos, la ganancia total de estos grupos entre 2008 y 2017 fue de $ 6.2 billones de dólares y al menos un billón se destinó a la promoción internacional de grupos y políticas antiderechos en países como El Salvador, Uganda y Polonia. No hay una sola región en el mundo que se salve de este “apoyo”. 

Lo que podemos observar es que detrás de la manósfera existe una visión política clara antiderechos. Además de enriquecer a los influencers hay una arquitectura ideológica con impacto real: financia campañas políticas, presiona agendas legislativas y legitima discursos de odio en el espacio público. El éxito económico de estas plataformas permite que su mensaje no se limite a foros marginales, sino que penetre medios masivos, algoritmos de redes sociales y discursos oficiales. 

La manósfera se ha convertido, en efecto, en un actor político con estructura, audiencia y dinero.

Lo que comenzó como nicho cultural hoy tiene traducción política. En Estados Unidos, el voto joven masculino fue clave en el retorno de Donald Trump en 2024. Según PBS NewsHour, el ascenso de influencers manosféricos como los mencionados arriba moldeó percepciones entre jóvenes varones que votaron motivados por un sentimiento de exclusión cultural y antifeminismo. 

En España, por ejemplo, la conexión es igual de clara: el partido Vox ha incorporado las narrativas manosféricas en su discurso público. Desde la supuesta “ideología de género” hasta la victimización de los hombres jóvenes, Vox ha posicionado su proyecto político como refugio frente a lo que describe como el “colapso de la masculinidad”. En España por cada chica menor de 25 años que votó por Vox, 4.6 chicos de la misma edad lo hicieron. El voto de este grupo ya es una realidad electoral.

Que nos quede claro, la manósfera no es un espacio de diálogo, es un monólogo: una cámara de eco donde la masculinidad tóxica se refuerza como una identidad en crisis que necesita reafirmarse a costa de los derechos de las mujeres y de los hombres y comunidades que no encajan en su visión del mundo . Se sostiene en la premisa falsa de que los hombres han perdido derechos, cuando en realidad lo que se cuestiona es su histórico poder sin contrapesos. Dicen “nos están quitando la voz”, cuando lo que se les está pidiendo es que no monopolicen el micrófono.

Este no es un simple debate cultural, es una cuestión política. 

Influye en decisiones legislativas, promueve retrocesos en derechos sexuales y reproductivos y alimenta una cultura de violencia contra las mujeres. Su discurso de libertad de expresión se convierte en licencia para violentar. Lo que está en juego no es sólo la palabra, sino la vida misma de las mujeres, la integridad de sus cuerpos, el acceso a la justicia, al trabajo, a la dignidad.

Frente a esto, el feminismo no es censura: es resistencia y herramienta vital de supervivencia. No es destrucción: es construcción de otras formas de habitar el mundo. 

Margaret Atwood advirtió que The Handmaid’s Tale no fue una obra de ficción, sino un ejercicio de memoria histórica: todo lo que escribió tiene sustento en hechos reales. 

Lo mismo ocurre con la manósfera. No es ciencia ficción. Es realidad, es estrategia y es urgente conocerla, nombrarla, visibilizarla y contrarrestarla. 

Publicado originalmente en Animal Político el 5 de agosto del 2025.

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