“Mientras somos jóvenes, tenemos la tendencia a ignorar la vejez,

como si fuera una enfermedad, una enfermedad a la

que hay que tener lejos; luego cuando nos volvemos ancianos,

especialmente si somos pobres, estamos enfermos,

estamos solos, experimentamos las lagunas de una sociedad

programada sobre la eficacia, que,

en consecuencia, ignora a los ancianos.

 Y los ancianos son una riqueza, no se pueden ignorar.”

Papa Francisco

 

Pocos temas dividen tanto las opiniones como el concepto de belleza, y la aceptación de las arrugas. Y es que no es solo una cuestión de género, también depende también de cómo nos percibimos, el contexto en el que convivimos y la historia que nos respalda familiar y culturalmente.

La filósofa y escritora Simone de Beauvoir dijo que “las arrugas de la piel son ese algo indescriptible que procede del alma”, y este, sin duda, es un acercamiento a lo que son las arrugas. En términos médicos, sabemos que las arrugas forman parte del proceso natural del envejecimiento. Pero la cosa no es tan sencilla, es un tema que da para más, para mucho más.

Hace casi diez años, se podía escuchar en la radio un anuncio que no es muy diferente a los que hoy en día encontramos en cualquier plataforma a nuestro alcance. El artículo que se ofertaba era un colchón, y a la persona que diseñó el anuncio le pareció de lo más brillante utilizar a una mujer para hacerlo, con el siguiente argumento: la mujer en cuestión, al dormir en el colchón anunciado se sueña ‘guapa, joven y rica’; mientras que sin haber dormido en el referido colchón, se sueña ‘casada y con cuatro hijos’. Lo primero, es evidentemente un sueño reparador; lo segundo, una pesadilla.

Este anuncio está mal desde distintos ángulos: mal en un país donde según datos publicados por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) en agosto de 2019, 52,4 millones de personas vivían en situación de pobreza (ojo: hay qué destacar que estos datos son ANTES de la pandemia, que como bien sabemos, este crisis sanitaria marca un antes y un después en muchos fenómenos sociales). Mal porque, aunque la maternidad no es una tarea sencilla, también resulta ser el anhelo cumplido de millones de mujeres. Así las cosas, ¿por qué debiera traducirse como pesadilla el que una mujer se sueñe casada y con cuatro hijos? ¿Cuál es la intención al estigmatizar la condición de ser madre?

Me sigue retumbando en los oídos el guapa y joven… También por lo que hace a estos adjetivos lo consideré y lo considero muy mal abordado el tema porque cada mujer es única, una versión irrepetible de sí misma; sin embargo, ignorando esa unicidad que a cada persona identifica, se propone una versión deseable, ‘la buena’: guapa, joven y rica. Fue inevitable que ayer, como hoy cuando escucho o veo anuncios similares, recuerde el análisis que Lorella Zanardo, empresaria milanesa, hiciera en su documental Il corpo della donne: “, donde nos expresa que “… la mujer propuesta [en los medios] parece contentar y secundar cada presunto deseo masculino... está reducida y se reduce a ser un objeto sexual ocupada en una lucha contra el tiempo que la obliga a deformaciones monstruosas... Estoy segura de que, sin esta presión del ´tener qué ser guapas´ siguiendo cánones que no hemos elegido, nos aceptaríamos más tal y como somos”.

Citar aquí los programas, noticieros y publicidad donde las palabras de Zanardo se palpan como una realidad lacerante, sería tarea casi interminable: la cosificación de la mujer es dramáticamente palpable casi en cualquier punto donde se dirija nuestra vista. Y parte fundamental de esa cosificación, es ese prototipo de mujer impuesto detrás del cual muchas mujeres, de todas las edades, asaltan no sólo sus bolsillos, sino su integridad y su salud. Respetable que toda persona desee verse bien y sentirse mejor, pero resulta cuestionable cuando esa acción no es voluntaria, sino fomentada por una presión social de verse siempre ‘jóvenes y guapas’.

Ahora, no siempre se hicieron esfuerzos casi inhumanos por prolongar la juventud y el estereotipo de belleza; incluso hoy día, en ciertas latitudes, en determinadas familias, “envejecer con dignidad” es señal de buena educación, decencia y decoro. Pero ¿qué es un esfuerzo casi inhumano? ¿Qué es envejecer con dignidad? ¿Qué se debe entender por decencia y decoro?

Porque, haciendo a un lado los prejuicios que se guardan respecto de las mujeres que osan vestir minifaldas pasados los treinta años, o de asolearse en bikini llegadas a los sesentas, lo cierto es que no solo se trata de ocultar o no las canas, las arrugas o las ganas, sino de efectivamente, envejecer o avanzar en el tiempo con dignidad, y de todo lo que gira alrededor de nuestras situaciones personales conforme transcurre lenta o vertiginosamente el tiempo.

La esperanza de vida a nivel mundial ha aumentado de manera considerable, lo que debería de tener los ojos y el bolsillo puesto en el análisis y puesta en marcha de estrategias socio-sanitarias que atiendan de manera efectiva las necesidades de una población geriátrica que va a la alza, y que requerirá, como fin último, una buena calidad de vida, con todo lo que eso significa: atención de su salud, oferta de opciones sanas y viables de recreación, deporte, viajes… y el presupuesto que cubra todo lo anterior.

Ah, pero en lugar de que la información y estímulos que recibimos diariamente nos hablen de eso: CALIDAD DE VIDA, de prevención de enfermedades, de reconciliación con nuestros cuerpos y espíritus, antes y durante la edad madura y la vejez, lo único que se afianza en el imaginario colectivo, es que no se nos note la arruga, la panza, la pata de gallo, la celulitis… la tristeza, la amargura, los años, la soledad o las ganas.

Yo creo que nunca es tarde para analizarnos, ver qué ejemplo damos a las mujeres más jóvenes que tenemos alrededor nuestro, y analizar también cómo es que nos relacionamos con otras mujeres; ¿con qué ojos nos vemos? ¿cómo nos escuchamos las mujeres? ¿Somos capaces de vernos conforme a lo que somos, respetando esa unicidad? O bien, parafraseando a Zanardo, ¿sólo nos vemos unas a otras con ojos masculinos?

Anna Magnani, mujer, madre, actriz italiana de cine y teatro, y galardonada por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas por su actuación La rosa tatuada, cuando su maquillista intentaba hacer parte de su trabajo, esto es, difuminar las huellas (arrugas) de su rostro, pedía: ‘Déjamelas todas, no me quites ni una, he tardado una vida para procurármelas’... Cierto: toma una vida, segundo a segundo, construir nuestra historia.

Recomendaciones: 

https://www.reeditor.com/columna/21768/26/ciudadania/la/mayor/rique...

https://www.infermeravirtual.com/esp/situaciones_de_vida/vejez

 https://revistaenvejezser.com/

https://revistaenvejezser.com/violencia-en-la-vejez-una-realidad-oc...

https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/envejecimiento-...

 

Inspirado en texto original publicado el 08 de marzo de 2011.

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