Hace poco tiempo que empecé a dar clases en la licenciatura de Pedagogía. En los pocos cuatrimestres que he tenido el honor de acompañar a mis alumnas en su desarrollo profesional, una pregunta, con sabor a frustración y desesperación cuando se enfrentan a la hoja en blanco para escribir sus trabajos finales, se ha presentado cada una de las veces: “¿cómo empiezo a escribir?”

Sólo me queda decirles que entiendo lo que dicen, pues pareciera que miedo, incertidumbre o sus derivados es lo que sentimos cuando nos sentamos a apretar las teclas o a mover la pluma. Les digo que escribir no es más que el acto simbólico de materializar nuestros pensamientos contenidos en un conjunto de letras. Entonces, solo debemos sentar a un lado al miedo y comenzar a escribir aunque al principio nada tenga sentido aparente.

Y, qué son nuestros pensamientos sino la representación de nuestras ideas, paradigmas, creencias, debates internos, nuestras creaciones y nuestras experiencias traducidas en aprendizajes. Así, nuestros pensamientos son nada menos que la representación de quienes somos. De quienes somos. De quienes somos... De... ¿Quiénes somos?

Sin más, comenzar a escribir en una hoja en blanco me parece mucho a sumergirte en un mundo a veces explorado, otras tantas poco visitado y unas cuantas más en un mundo que pensábamos inexistente: Nuestro propio mundo, el interno, el que vibra, palpita, respira, duele, ama y vive en nuestra única y verdadera manera. ¡Menuda travesía!

Hace precisamente ocho días mi queridisísima abuela y yo, quienes hemos estado entretenidas en las creaciones, ocios, delicias, dolores, palpitaciones, amores y vivencias de cada una de nuestras cotidianidades, hemos olvidado retomar nuestra travesía escrita. Por eso, hicimos un trato. Que el día de hoy, retomaríamos el llenado de nuestras hojas en blanco. ¡Ambas misiones cumplidas, @AbuelaAbuela!

Apuntándole a que este sea el principio del siguiente tomo, deseo que tus hojas estén llenas de ti.

¡Felices travesías!

TKC